martes, 3 de abril de 2012

LA SUBLEVACIÓN DE LA MARINA






Desde el comienzo de la guerra civil y a lo largo de toda la duración del régimen franquista, la versión oficial de los acontecimientos que tuvieron lugar en los buques de guerra españoles durante los días siguientes a la sublevación militar franquista contra el gobierno legitimo, no fue otra que el amotinamiento de la marinería y suboficiales para hacerse con los buques de la Armada. Nada más falso.

Desde este punto debemos dejar claro que los únicos marinos sublevados fueron aquellos que siguieron las consignas de los golpistas en orden de apropiarse de los buques y ponerlos al servicio de la sublevación militar, ellos fueron los únicos amotinados, jefes y oficiales que haciendo valer la fuerza de su rango obligaban a militares fieles a la República a levantarse en armas contra el gobierno. Los únicos sublevados y los únicos adheridos a la rebelión fueron los franquistas y aquellos que combatieron a sus ordenes y no aquellos que impidieron o intentaron impedir esta traición al legítimo gobierno de España.

Por otro lado, toda la literatura que se publicó durante el franquismo  sobre los acontecimientos sucedidos en la marina estuvo a cargo de altos cargos de la marina, bien pertenecientes a las tropas sublevadas, o bien, una vez terminada la contienda, de adeptos al régimen franquista, lo que contribuyó de forma contundente a la desvirtuación de los hechos reales, mostrando a los leales como rebeldes y a los insurrectos como héroes.

La información franquista se recrea en hacer aparecer a los marinos republicanos como autenticas bestias que una vez impedían la sublevación de la oficialía y la perdida de la nave no dudaban en pasar por la quilla a los sublevados, arrojarlos al mar encadenados o fusilarlos sin miramientos en cubierta. Cierto es que casos de este tipo se dieron pero fueron muy escasos y se produjeron fuera del alcance de los mandos republicanos.

Los oficiales franquistas, sofocada la rebelión inicial , fueron hechos prisioneros y entregados a los representantes de la autoridad en cada Base. Otra cosa es lo que haya sucedido después a consecuencia de la tardanza en juzgarlos, las dificultades para constituir los tribunales militares, las represalias y las acciones de los incontrolados; pero se puede decir que las dotaciones, en los primeros momentos de la sublevación, actuaron de acuerdo con las leyes militares y las normas de la guerra.

Nada se puede leer en las publicaciones franquistas de los fusilamientos que llevaron a cabo entre los altos mandos de la marina republicana pero la realidad es bien diferente, a ellos corresponde entre otros el fusilamiento del contralmirante Antonio Azarola Gresillón, jefe del Arsenal del Ferrol y ex ministro de Marina; al capitán de navío Sánchez Ferragut, comandante del crucero "Almirante Cervera", y al teniente de navío Sánchez Pinzón, de ese mismo crucero. Según el profesor Williard C. Frank, los sublevados «fusilaron 1.400 auxiliares y marineros, que representaban una décima parte del total de esos cuerpos de la Armada.

Son de sobra conocidos y, de tanto repetirlos, se han convertido ya en tópicos, una serie de apreciaciones sobre los diferentes estamentos de la Armada de la época: el conservadurismo y corporativismo de la oficialidad del Cuerpo General, mayoritariamente monárquicos; el viejo sentimiento de discriminación, tan generalizado entre los miembros  de los cuerpos auxiliares y subalternos, que ahora apreciaban las reformas tendentes a mejorar sus expectativas profesionales introducidas por el régimen republicano; la creciente politización y radicalismo de la marinería, cuyos sentimientos se acercaban cada vez más a los del obrero corriente de una fábrica cualquiera. Pero, a pesar de ello, y por multitud de razones, nadie puede imaginar a la Marina sublevándose en solitario contra la República o encabezando y dirigiendo la insurrección militar.


No puede extrañar, entonces, que los militares “africanistas” que venían preparando el golpe no prestasen demasiada atención a la Marina. Para llevar a cabo sus planes, para apoderarse de las capitanías y dominar las capitales y ciudades más importantes del país les bastaba el despliegue de la tropa y declarar el estado de guerra. Solamente necesitaban unos cuantos mercantes y transbordadores para pasar el ejército de África y a los moros a la península. Les bastaba con que la Escuadra permaneciese neutral y no interfiriese sus planes. Sabían de sobra que contaban con las simpatías de la inmensa mayoría de la oficialidad con mando en buques y arsenales, y eso, de momento, era suficiente. Ahora bien, tampoco es cierto que la Marina no estuviese al corriente de los preparativos que se estaban llevando a cabo para terminar con el régimen republicano. El historiador inglés Michael Alpert, autor de varias obras sobre temas militares de la República y de la Guerra Civil, ofrece detalles, procedentes de “Cruzada”, en los que se demuestra la existencia de esa coordinación entre la Marina y el grupo militares que encabezaban la conspiración. En su libro “La guerra civil en el mar”, Alpert da los siguientes nombres de marinos comprometidos en la preparación del golpe: el capitán de fragata Salvador Moreno y el teniente de navío José M.ª Otero Goyanes, que desde El Ferrol enlazaban con Mola por medio del teniente auditor Tomás Garicano Goñi por un lado, y con el jefe del Estado Mayor de la base de El Ferrol, capitán de navío Manuel Vierna, por el otro. Se citan también al contraalmirante Ruiz Atauri, Jefe del Arsenal y segundo de la Base de Cádiz; a los capitanes de fragata Galán Arrabal y Bastarreche; a los capitanes de corbeta Súnico, García de la Mata, Pemartín y La Rocha, con mando sobre diferentes barcos y submarinos de la Escuadra.

Daniel Sueiro, en su su libro “La Flota es roja”, menciona al vicealmirante Javier de Salas, jefe del Estado Mayor de la Armada (AJEMA) y al capitán de corbeta Ibáñez Aldecoa, comandante de la Estación de Radio de Ciudad Lineal, como los máximos responsables de la conspiración, dentro de la Marina, en Madrid. Es decir, que la Marina estaba informada de los planes de la insurrección militar a través de una red de enlaces que abarcaba todas las bases y buques.

Conocida la sublevación de las tropas de Africa, iniciada por el teniente coronel Yagüe, en Melilla, el viernes 17 de Julio, las primeras órdenes del Gobierno y del equipo de emergencia que empieza a funcionar en el Ministerio de Marina son para que los barcos de guerra disponibles salgan a patrullar las costas en la zona del Estrecho. Paralelamente, Balboa arresta, pistola en mano, al comandante de la Estación Radio de Ciudad Lineal, al manifestar éste su connivencia con los sublevados. Dueño ya Balboa de las comunicaciones de la Armada, envía un primer mensaje a todos los operadores de radio de los buques para que comuniquen, cada dos horas y “en claro”, la posición del buque. El cumplimiento o no de esa orden era la única forma de saber si el buque permanecía leal al gobierno o se había pasado a los sublevados.

Acorazado Jaime I

Dos hechos parecen indiscutibles: la superioridad de conjunto de la flota gubernamental, la Flota Republicana, en lo que a número y clase de barcos se refiere, y la aún más apabullante superioridad de la flota sublevada en las aguas del Cantábrico. Pero un barco de guerra no funciona solo, precisa de una oficialidad altamente especializada y experimentada, y de una dotación no menos adiestrada en el manejo de los sofisticados sistemas de defensa y ataque, en la realización, precisa y rápida, de las maniobras. Además del factor humano, en la mayor o menor eficacia operativa de un buque de guerra influyen también toda una serie de aspectos logísticos, que van desde la proximidad o lejanía de las bases y las distintas características de éstas, hasta la seguridad en los suministros o el contar con infomación puntual y exacta de los movimientos del enemigo. Todos esos aspectos, más la decidida intervención  de la Marina alemana en favor de los sublevados y, sobre todo, de la italiana, no solamente equilibraron la balanza, sino que la inclinaron definitivamente del lado de los sublevados.

La escasez de oficiales del cuerpo general en la Flota republicana se hizo patente desde los primeros días. A lo reducido de su número hubo que ir restando las bajas por traición, deserción, colaboración y pasividad ante el enemigo. De las múltiples cifras y datos que al respecto ofrecen los especialistas en el tema, hay dos que menciona Alpert y que me parecen extremadamente significativos: la primera es que de todos los buques que permanecieron leales al gobierno republicano, solamente los capitanes de fragata Valentín Fuentes, del “Lepanto”, y Federico Aznar, del “Tofiño”; los capitanes de corbeta Mariano Romero, del “C-6”; José Lara, del “C-1”; Miguel Buiza, del “Cíclope”, y los tenientes de navío, Fernando Oliva, del “T-14”; Armada, del “Xauén”, y Araoz, del “Tetuán”, conservaron el mando de sus buques en los días inmediatamente posteriores a la sublevación; de ellos, Romero se pasó a los nacionales y Lara se sospecha que hundió el submarino que mandaba. El segundo aspecto es el referido a la deserción; ese fue el caso de los comandantes de los submarinos “C-2” y “C-4”, después de haberlos mantenido inoperativos en los puertos republicanos del Cantábrico y conducirlos a puertos franceses; también el de muchos oficiales del destructor “José Luis Díez”, que terminaron desertando en un puerto inglés.  

En lo que se refiere a las bases, los sublevados consiguieron apoderarse de las de Cádiz y El Ferrol, mientras que el gobierno retuvo la de Cartagena, donde, paradójicamente, los partidarios de la insurrección eran más numerosos y estaban mejor organizados. Las ventajas de los sublevados son también evidentes en este caso. Tienen en su poder El Ferrol, entonces la mejor base del país, estratégicamente situada en el Norte, en el límite del radio de acción de la aviación republicana; en sus astilleros se encuentran en avanzada fase de construcción dos cruceros, el “Canarias” y el “Baleares”, que habrían de intervenir con desigual fortuna en la contienda; y los minadores, dos de los cuales, el “Júpiter” y el “Vulcano” serían botados depués del inicio de la guerra y participarían en la campaña del Cantábrico. La base de Cádiz va a jugar un importante papel, tanto por su proximidad a Africa, que la convierte en uno de los puertos de desembarco de las tropas africanas, así como de los envíos marítimos italianos, y punto de apoyo fundamental que va a permitir a la Marina sublevada asegurar en el futuro el control del Estrecho. Hay que anotar también a los insurrectos el acierto que supuso la construcción de otra base naval en Palma de Mallorca, vital para operar en el Mediterráneo, cuyo valor estratégico no supieron calibrar en su debido momento las autoridades republicanas, por lo que no dieron a su conquista la importancia que después se vio que tenía.  

Por todo ello, a la Flota republicana no le quedaba otra alternativa que embotellarse en Cartagena, ofreciendo un fácil blanco a los ataques aéreos, sin buenos astilleros y alejada del Estrecho y no digamos ya del Cantábrico. Se intentaron levantar bases avanzadas en Bilbao y Málaga, pero la pronta caída de ambas ciudades en manos de los nacionales, impidió que esos proyectos llegasen a materializarse.

En El Ferrol, además de la base secundaria de Marín, las escuelas y el polígono de tiro, quedaron en poder de los sublevados el crucero "Cervera", que se encontraba en dique limpiando fondos y reparando; los cruceros "Canarias" y "Baleares", en fase de armamento, con el capitán de navío Francisco Moreno como comandante de quilla; el viejo acorazado "España", salvado del desguace; el destructor "Velasco" que había llegado de Marín y estaba reparando; el transporte "Contramaestre Casado"; los torpederos "Nº 2" y "Nº 7"; y en fase de construcción los minadores "Júpiter", "Vulcano", "Neptuno" y "Marte". En Marín se encontraban el torpedero "Nº 9"; los guardacostas "Bañobre" y "Castelló"; el remolcador "Ferrolano", la escuadrilla de hidros "Savoia" y "Maschi"; y el guardacostas " Martin” en La Graña.