Autor: Vicenç Navarro (*)
Ha sido práctica común en la historiografía dominante en España, tanto en la época dictatorial como en el periodo democrático, referirse a la Guerra Civil como un conflicto entre las dos Españas, la España nacional por un lado, y la España republicana por el otro, presentando tal conflicto como parte de un conflicto internacional en el que Hitler y Mussolini apoyaron a las tropas “nacionales” y la Unión Soviética apoyó a las tropas republicanas, considerándose tales apoyos como semejantes en cuanto a cantidad y calidad de material bélico. Esta versión de la Guerra Civil se complementa con otra que atribuye la derrota del bando republicano a las divisiones internas del Gobierno Republicano, instrumentalizado éste por el Partido Comunista, que decian era un mero agente de transmisión de Stalin.
La Guerra Civil, sin embargo, fue un alzamiento de militares profesionales del Ejército, que invadió el sur de España mandando tropas extranjeras: la Legión Extranjera y las tropas marroquíes. Como bien ha escrito la historiadora británica Helen Graham (en su excelente libro Breve Historia de la Guerra Civil), la Guerra Civil vio la paradoja de ser una supuesta “Cruzada en defensa de la civilización cristiana” llevada a cabo por tropas mercenarias islamistas, por cierto, conocidas por su enorme brutalidad, y lideradas por el mariscal Mohamed Mezian que acaba de ser homenajeado en Marruecos por el Embajador del Gobierno español con asistencia de altos mandos del ejército español. Es más, estas tropas fueron equipadas con material alemán e italiano, contando con el apoyo de 75.420 soldados italianos pertenecientes a destacamentos fascistas italianos que gozaron de plena autonomía, sin obedecer las órdenes de los líderes militares españoles. Además de estas tropas extranjeras, los asesores nazis alemanes fueron los que definieron la estrategia aérea del bando golpista, realizando los bombardeos que incluyeron ataques sistemáticos a la población civil, no sólo de Guernica, sino de 26 otras ciudades españolas, incluyendo gran parte de las ciudades de Cataluña, bombardeos que tuvieron como objetivo desmoralizar a la ciudadanía que vivía en tales centros urbanos. En estos bombardeos jugaron un papel clave los espías fascistas en el lado republicano, incluyendo personas de derechas tan conocidas como Josep Pla (que tiene monumentos en varias partes de Catalunya). El lado golpista no tuvo nunca escasez de equipamiento militar y ello como consecuencia del apoyo conocido y público de la Alemania Nazi y de la Italia fascista a los golpistas españoles. Nunca antes un gobierno español había sido tan dependiente de los intereses y fuerzas extranjeras como lo fue el bando golpista. Llamar a este bando, el bando nacional, identificado con la defensa de la nación española, tal como los golpistas se autodefinieron, es ignorar que su victoria se debía a fuerzas extranjeras sin las cuales el golpe militar hubiera sido una nota a pie de página en la historia de España, como lo fueron otros alzamientos militares anteriores.
Fue precisamente la gran resistencia popular a este alzamiento lo que explica que, a pesar de la enorme ayuda nazi y fascista italiana a los golpistas, éstos no ganaron hasta tres años después de iniciarse el golpe. La República tuvo muy poca ayuda militar. El infame pacto de No Intervención se debía –tal como señaló Winston Churchill- a que las clases dominantes de Gran Bretaña y Francia antepusieron sus intereses de clase (temerosos del contagio que una República española progresista pudiera haber tenido en las clases populares de sus propios países) a sus intereses nacionales y geopolíticos, que les habrían tenido que movilizar para interrumpir la expansión del nazismo y del fascismo en Europa. En realidad, los únicos países que ayudaron a España fueron México y la Unión Soviética, ayuda que fue enormemente dificultada por el comportamiento del gobierno francés que no colaboró en su mayoría en el tráfico de armas a la España republicana. La única ayuda extranjera vino a través de las Brigadas Internacionales, cuyo efectivo en batalla nunca alcanzó más de 12.000 soldados, aun cuando el número de brigadistas extranjeros a lo largo de todo el período fue de alrededor de 30.000. Por otra parte, las tensiones dentro del lado republicano no fueron la causa, sino el síntoma de la falta de apoyo internacional. Algún cronista de tales desacuerdos, como George Orwell, exageraron el papel del Partido Comunista, atribuyéndole una influencia de la que tal partido carecía. Orwell, que como indica Helen Graham no conocía ni el catalán ni el castellano, atribuyó erróneamente a los comunistas el deseo legítimo de la Generalitat de Catalunya de recuperar (durante los famosos sucesos de Mayo) el control de la situación que había perdido inmediatamente después del golpe militar del 18 de julio.
El enorme desequilibrio de equipamiento militar fue lo que dio la victoria a los golpistas, los cuales eran plenamente conscientes de que tenían a la mayoría de la población en contra, tal como reconoció el golpista General Queipo de Llano (hoy enterrado con todos los honores en la Iglesia de la Macarena en Sevilla, ciudad en la que sus tropas asesinaron a 36.422 ciudadanos) en su defensa de lo que él llamaba el “terror saludable” necesario –según él- para imponer su mandato. Este terror de los golpistas continuó después de su victoria con el asesinato de 192.684 personas (ejecutadas o asesinadas entre abril de 1936 y junio de 1944 en cárceles o campos de concentración, según cifras del propio Ministerio de Justicia de aquel régimen, además de 30.000 que todavía hoy permanecen desaparecidos. La mayoría de estas víctimas del fascismo no han sido ni homenajeadas ni reconocidas durante el período democrático, habiendo retrasado el gobierno socialista español tal homenaje por temor a antagonizar a los herederos de los golpistas.
(*) Vicenç Navarro es Catedrático de Ciencias Políticas de la Universitat Pompeu Fabra