El 6 de julio de 1940, sábado,
arribó al puerto del viejo Santo Domingo de Guzmán el trasatlántico francés
Cuba, transportando poco más de 600 refugiados de la Guerra Civil Española
destinados al país en arreglo a los tratados migratorios establecidos entre el
gobierno dominicano y el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE).
Dentro del contingente a bordo del Cuba se hallaban personalidades cuya captura resultaba desde todo punto de vista interesante a las autoridades franquistas,
como las de Ramón González Peña (dirigente de la Unión General de
Trabajadores y ministro de Justicia durante el segundo gobierno de Negrín),
Demófilo De Buen (jurisconsulto del Tribunal Supremo) o Matilde De la Torre (periodista y
política), cercana a Negrín y a Julián Zugazagoitia, quien fue fusilado por
Franco en 1940 tras su aprehensión en territorio francés. Reclutado mayormente
en los campos de concentración franceses de Vernet y Colliure, el nuevo contingente
hubiese elevado a cerca de 3,600 el número de los que por ese mecanismo habían
llegado al país, cosa que no se produjo dado que, sorpresivamente, el gobierno
desautorizó el desembarco, dando lugar a un poco claro incidente que canceló de
facto la apertura inmigratoria del régimen de Rafael Leónidas Trujillo hacia
los vencidos.
Llegado en la madrugada, al barco
se le ordenó permanecer en el antepuerto, en tanto los representantes de los
organismos de evacuación españoles hallaban una solución al delicado impasse en
que se hallaba el contingente, carente desde ese momento de un destino cierto
en América y ya bajo la jurisdicción formal del gobierno proalemán de Vichy, a
cuyas órdenes quedaría el barco si la tripulación desertaba del bando aliado.
De ocurrir esto, el contingente de refugiados enfrentaba el terrible acecho de
ser enviado de vuelta a la
Francia ocupada una vez el Cuba arribase a la Martinica , escala final
de su travesía.
Al día siguiente, la prensa
dominicana filtraba versiones de los motivos del gobierno dominicano para
prohibir el ingreso de los refugiados al territorio nacional. Según el diario La Nación , la premura impuesta
por el avance alemán había hecho que la mayoría de los pasajeros lo abordase
careciendo de la documentación consular necesaria, aventurándose «a salir de
Francia en cualquier forma» y entrando en el barco de forma intempestiva. Añadía,
además, que el contingente no se había sujetado a la reciente disposición
oficial de que los refugiados europeos llegasen al país por medio de la Asociación para el
Establecimiento de Colonos Europeos en la República Dominicana (DORSA) ,
con sede en Nueva York.
Durante tres días, el asunto se
mantuvo envuelto en una aureola de misterio. Anclado frente al viejo Alcázar de
Diego Colón, en la desembocadura del río Ozama, la prohibición absoluta de
subir o bajar del barco llenó de expectación la vida de quienes esperaban en el
muelle. La prensa de día 8, por ejemplo, describe con tonos dramáticos el
incesante viajar de pequeñas embarcaciones repletas de personas que se acercan
al trasatlántico tratando de encontrar entre los de abordo a algún pariente o
amigo.
Fue hasta el martes 9 cuando, al
fin, se produjo una declaración en torno al Cuba. Citando fuentes oficiales, La Nación de esa mañana
publica una extensa explicación sobre las razones de la negativa dominicana. En
ella, acusa a la
Compañía General Trasatlántica Francesa de haber aceptado,
movida por el lucro, a todo el que le pudo pagar el pasaje, desentendiéndose de
observar los requisitos sobre visado consular. También se señala que dos meses
atrás el gobierno dominicano había comunicado a los comités de evacuación la
decisión de no seguir aceptando inmigrantes españoles pues no se había cumplido
con el precepto de que un 50 por ciento de éstos se integrase por agricultores.
Dice La Nación :
El gobierno dominicano fue sorprendido al encontrarse con que entre los miles de españoles enviados por los comités citados, no se encontraba ningún agricultor propiamente dicho, y que en cambio, de manera sistemática, era enviada a nuestro país una cantidad de inmigrantes francamente indeseables–con muy pocas excepciones- ya que no se trataba meramente de personas cuyas ideas o filiación política les obligaron a salir de España [...] sino de gente de profesión desconocida aún en su propio país, y cuya historia prácticamente comienza con la guerra [...] con títulos y cargos equívocos, que sólo justifican –en algunos casos - papeles de dudosa garantía. A esto se añade que las susodichas organizaciones sólo les entregaron cincuenta dólares a cada refugiado. Con suma tan pequeña, apenas podía vivir una persona dos meses en el país. Después, sin un organismo que se dedicara al estudio de las posibilidades de nuestro territorio para crear fuentes de trabajo [...] quedaron abandonados a su suerte, sin recursos para subsistir y sin preparación para realizar trabajos agrícolas, por ser gente que evidentemente no ha trabajado en la mayor parte de su vida [...]. Así pues, la actitud de una gran mayoría de los refugiados, ha sido y sigue siendo desde todo punto de vista censurable. Algunos, en vez de olvidar aquí sus rencillas [...] y deponer sus pasiones, continúan tratando de formar grupos políticos, comités, organizaciones, realizando así actividades incompatibles con su condición de refugiados; y lo que resulta aún peor es que con esto diseminan prejuicios e ideas perjudiciales para el país que les ha acogido, en el disfrute de una era de paz y trabajo.
Por lo anterior, el gobierno
decidía no aceptar a los refugiados del Cuba, reiterando que todo aquel que, en
lo sucesivo, llegara debía hacerlo por conducto de la DORSA. El trasatlántico permaneció
en el antepuerto de Santo Domingo dos días más y zarpó el día 11 de julio hacia
La Martinica ,
donde los emigrantes trasbordaron al vapor Saint Domingue que los condujo a
México, país que los había admitido por las gestiones de la Junta de Auxilio a los
Republicanos Españoles (JARE) ante el general Lázaro Cárdenas.
El tono del enfoque dado por La Nación al tema de los
refugiados contrasta vivamente con el trato que ese diario, en particular, había
dispensado a los desembarcos iniciados ocho meses atrás con la llegada del
Flandre, el 7 de noviembre de 1939 y con la versión general sostenida por los
medios de comunicación sobre la solvencia moral e intelectual del colectivo
refugiado en el país, sobre sus esfuerzos por adaptarse a una nueva vida y
sobre los beneficios que derivaba la sociedad dominicana de todo ello. Viniendo
de La Nación ,
medio propiedad del dictador, lo publicado era signo de que, profunda y
amenazadoramente, las relaciones del régimen de Trujillo con los refugiados
habían cambiado. La negativa a dar refugio al contingente del Cuba dejaba definitivamente
atrás los días en que la
Guerra Civil Española motivaba de parte del régimen
dictatorial sonadas declaraciones humanitaristas en defensa del derecho de
asilo, para abrir paso a una etapa de confrontación política con el colectivo
refugiado en el país.
Curiosamente, no sería La Nación el medio por el que los
refugiados y la sociedad dominicana en general seguirían percibiendo los
contornos del cambio de actitud del régimen. Poco más de ese tenor aparecería
en las páginas del diario, que, justo en la víspera, había dedicado dos notas
editoriales dedicadas a destacar la vigencia de los principios humanitarios
proclamados por Trujillo y el interés y el deber de practicarlos, incluso, por sobre
los peligros de infiltración del enemigo extranjero.
A poco de partir el Cuba, el
diario La Tribuna
publicaba una caricatura alusiva al tema de los refugiados extranjeros en cuyo cintillo
podían leerse algunas de las ideas con que comenzaría a representarse en
círculos oficiales la presencia de los refugiados españoles: la decepción
inmigratoria y la peligrosidad política.
Puesto al calce de la escena
donde un hombre levanta en vilo a otro con la intención de lanzarlo al mar, el
cintillo decía:
Extranjero ingrato ¡...te abrimos nuestros brazos hospitalarios y nos pagas con ingratitudes, haciendo propagandas subversivas de empresas que merecen todo crédito. Viniste en barco de tu país, de donde te arrojaron por algo mal hecho que hicistes... pero ahora vas a tener que regresar nadando. Como estoy haciendo a ti se le debe hacer a todos aquellos que en vez de regar nuestros campos con agua extraída de la fuente de la gratitud, se complacen en hacer todo lo contrario... PERRO INDESEABLE!...
Algunos días después, era el
diario La Opinión
el que volvía sobre estas representaciones. Comentando la «Apelación aTrujillo»,
una carta abierta donde una fracción de los exilados le solicitaba intervenir
en defensa de los principios del derecho de asilo violados en Francia por la Gestapo , que había
entregado a Franco a Julián Zugazagoitia, Cruz Salido y otros lideres, próximos
a ser ejecutados, La Opinión
afirmaba:
Hay muchos de estos refugiados que observan una conducta discreta y agradecida, pero la mayor parte de ellos, con una tozudez digna de haber sido aplicada en mejor ocasión, no piensan en otra cosa que en la política de España, aprovechando las garantías condicionales de que disfrutan para desahogar sus odios y para hablar en el país de doctrinas que jamás podrán aclimatarse, ni siquiera superficialmente, entre nosotros...Porque ya lo hemos dicho muchas veces... lo que aquí deseamos y necesitamos en materia de emigración es la llegada de gente trabajadora e inclinada a arraigar entre nosotros DEFINITIVAMENTE y no a los que carecen de todo sentimiento de gratitud y se expresan o se conducen de una forma censurable o desdeñosa.
Semanas más tarde, cuando
visitaba el país el Sr. José Tomás y Piera, enviado por la JARE para conocer sobre la
angustiosa situación en que vivía la mayoría de los exilados, la pizarra
pública del Nuevo Diario sentenciaba lo siguiente:
Están de pláceme los refugiados españoles con la llegada al país del Ex-Ministro D. José Tomás y Piera, que a manera de Mesías viene a resolver la situación económica de los mismos y a prepararles la maleta a cuantos deseen trasladarse a México. Es una buena oportunidad que se nos presenta a los dominicanos de que nos saquen de aquí a muchos elementos que se han hecho acreedores a nuestro desprecio. ¡Que se vayan de aquí los que no desean vivir aquí!
En suma, la explicación que
comenzó a configurarse oficiosamente sobre la política de inmigración de
refugiados españoles desarrollada desde mediados de 1939 tendió a construir
imágenes que hacían aparecer, por un lado, al gobierno dominicano como parte
defraudada en los arreglos migratorios establecidos con los organismos de
evacuación republicanos, en tanto, por el otro, presentaba a los llegados como
una colectividad que no había sido consecuente en cuanto a corresponder la
hospitalidaddominicana. ¿En qué medida reflejaban estas versiones las
realidades del proceso de incorporación a la sociedad dominicana seguido por
los refugiados en los meses previos?
En relación con los presuntos
fines agrícolas de la política del régimen había existido, ciertamente, una
gran desorganización. A la hora del incidente, la gran mayoría de las colonias agrícolas pobladas con refugiados
ostentaba un perfil productivo muy bajo, por no decir que inexistente.
Iniciados muchos de los asentamientos hacia finales del mes de febrero de 1940
(apenas cuatro meses antes del arribo del Cuba), la situación imperante en la
mayoría de ellos era humana y productivamente deplorable. Poseyendo,
generalmente, profesiones de base urbana, una gran mayoría de los llegados no
era apta para el trabajo agrícola y presentaba graves problemas de adaptación
climática al medio rural dominicano, lo que aunado a la ausencia de apoyos
productivos y técnicos que facilitasen su esfuerzo de adaptación a la vida de
las colonias intervino de modo relevante en los magros resultados que
registraban hacia julio de 1940.
La fallida campesinización y el
éxodo hacia las ciudades presionó en tal modo los espacios urbanos que pronto,
muy pronto, el exilio español comenzó a ser considerado como un fenómeno problemático.
Justo en los días en que el régimen se empeñaba en interesar a Roosevelt en la
capacidad de la
República Dominicana para absorber refugiados europeos,
cientos de españoles desocupados se amontonaban en las ciudades, reclamando
ayuda de sus organismos para ser evacuados del país. Sin embargo, el gobierno
dominicano no podía, en rigor, declararse defraudado por el fracaso agrícola de
la inmigración.
Como veremos, ese fracaso no
obedecía, estrictamente, a la capacidad organizativa y financiera del SERE en
cuanto a cumplir con la proporción de agricultores establecida y dotar los
recursos adecuados para su establecimiento productivo, sino que tuvo también
mucho que ver con la propia capacidad –o interés– del gobierno para impulsar
los fines que decía perseguir. De hecho, más de un lector tuvo que sentirse
confundido al leer en La Nación
que al contingente del Cuba se le negaba la entrada por el envío sistemático de
población no agricultora. No sólo porque los fines de fomento agrícola se
hallaron relativamente ausentes como marco explicativo en la llegada de los
tres contingentes que arribaron durante 1939, sino porque el propio diario se
había encargado de difundir imágenes triunfalistas y promisorias sobre los
alcances de la colonización agrícola. Entre abril y junio de 1940, el diario
publicó reportajes y notas editoriales que proyectaban una visión exitosa del
proceso de colonización; sus títulos son suficientemente expresivos: «Colonización progresiva y eficaz», «Un
nuevo aspecto de la colonización agrícola dominicana», «Españoles en la
agricultura», «Los colaboradores de Trujillo. Hombres de España en El Seibo»,
además de un extenso reportaje a doble página dedicado a la colonia de Pedro
Sánchez.
Pero si las imágenes vertidas por
la prensa en los meses previos al arribo del Cuba contradecían la versión de la
decepción agricultora, en mucho mayor medida contradecían la idea de un
colectivo inmigrado integrado por personas «francamente indeseables –con muy
pocas excepciones». Muchos eran los técnicos y profesionales que en esos días,
«títulos equívocos» o no, elevaban el nivel de desempeño de las políticas
públicas del régimen, según podía leerse en las propias páginas del diario, que
se constituyó en foro sistemático de la acción cultural del exilio en los
distintos ámbitos en que este incidía. La «diseminación de prejuicios e ideas»,
–aspecto que, sin eufemismos, debe entenderse como la difusión de ideologías anarquistas,
socialistas o comunistas– no dejaba de ser, a lo más, un fenómeno de carácter
informal y cotidiano, pues las distintas configuraciones políticas del exilio
evitaron premeditadamente la manifestación pública de sus representaciones
políticas, o al menos lo hicieron hasta los días del incidente. En principio,
la inquietud política por el posicionamiento crítico que los exilados asumían
colectivamente frente al escenario de la Guerra Mundial , los
avances del totalitarismo y el problema de la democracia, resulta ser el único
elemento que podría explicarnos la sorpresiva dureza de lo expresado por La Nación , cosa que obliga a
resolver analíticamente la paradójica apertura de un régimen totalitario a la
inmigración de un exilio liberal en todos sus matices posibles.
¿Por qué facilitó el dictador la
inmigración de una colectividad que había librado una guerra por principios e
ideologías sociales por su inspiración proscritos en la ley dominicana?
El hecho de que la política que
hizo llegar a la
República Dominicana poco más de tres mil refugiados
españoles tuviese un carácter en muchos aspectos informal, carente de bases
institucionales claras e inmerso en el secreto mundo de la tiranía, traslada
una apreciable carga de ambigüedad a las interpretaciones esbozadas por los
historiadores sobre los determinantes y la naturaleza de la política seguida
hacia el exilio republicano. En ausencia de bases documentales firmes, las
interpretaciones sobre la paradójica política de inmigración del régimen
dictatorial han hecho jugar diversos factores. Por una parte, los historiadores
han tendido generalmente a convalidar los propios argumentos esgrimidos por el
régimen como motivo para negar el ingreso a los pasajeros del Cuba y cancelar
la apertura a la inmigración masiva de refugiados españoles, esto es, se ha
admitido que los intereses de colonización agrícola realmente estimularon los
contactos con el SERE. La tesis del trujillismo sobre el fracaso del proyecto
inmigratorio por incumplimiento de la contraparte española en cuanto al envío
de agricultores –tesis que siguió figurando en explicaciones oficiales
posteriores–, ha sido aceptada sin crítica por los académicos a la hora de
explicar la hechura de la política.
El interés colonizador del
régimen dominicano se asume bajo el doble aspecto de política para el
incremento de la producción agrícola y de política con objetivos de carácter
demográfico. Según Naranjo, Trujillo inscribía la llegada de los refugiados españoles
dentro de los «deseos de poblar el país con mano de obra blanca y fomentar el
desarrollo de la agricultura mediante la creación de colonias». Lo racial pesa
más en la explicación de Vega, para quien el interés del tirano se vio, además,
mediado por «su deseo de mejorar la raza» y acentuar el carácter hispánico de
la cultura dominicana, concibiendo la llegada de los refugiados dentro del
proyecto de dominicanización de la frontera con Haití.
Aunque muchos dominicanos, de
cualquier condición intelectual, leyeron desde ópticas racistas e hispanistas
la política que traía a los refugiados españoles, es difícil sostener que el
régimen efectivamente se hallase interesado en asentarlos en el país. Analizado
como proceso de implementación, desde el reclutamiento en los consulados de
París y Burdeos la política del estado dominicano deja ver un débil interés por
lograr la efectiva inserción de los llegados en la agricultura. Basta observar,
en ese sentido, la dinámica posterior a su llegada para comprender que ni la
recepción, ni el asentamiento, ni las medidas de sostén de los refugiados en
las colonias agrícolas del estado dominicano parecieron enmarcarse en la lógica
de una política que persiguiera ese tipo de fines.
Trujillo admitió a los exiliados españoles en el contexto de una campaña de imagen ante la sociedad internacional, para lavar sus muchos crímenes. Una vez conseguido este objetivo impidió la llegada de más republicanos españoles y a los que admitió les hizo la vida imposible para que abandonaran el país, prácticamente les trataba como a esclavos.
Benito Sacaluga.
Fuente: Academia Dominicana de la Historia