D.Enrique Martinez Godinez |
(*) Los sucesos ocurridos a bordo del destructor “Lepanto” durante los primeros días posteriores a la insurrección del 18 de julio de 1936 son muy poco conocidos. El hecho de que su comandante, Don Valentín Fuentes, manifestara desde el primer momento su fidelidad a la República hace suponer a algunos investigadores e investigadoras de los hechos de la guerra civil, que no existió conflicto a bordo entre la marinería y la oficialidad; muchas personas ignoran la detención y fusilamiento de los oficiales en Málaga, y pasan por alto, por tanto, la represión que tuvo lugar sobre los miembros de la dotación del buque por parte de los tribunales franquistas.
Siete meses después de la victoria del bando rebelde, los distintos sumarios abiertos contra 31 tripulantes del barco, se traducen en el resultado de la condena de tres de ellos a separación del servicio, a distintas penas de prisión a otros doce, a siete ejecuciones y a una muerte a consecuencia de las torturas sufridas durante un interrogatorio. Tras morir a manos de sus torturadores en el interrogatorio sufrido en las dependencias del S. I. P., el cuerpo de Enrique Martínez Godínez es arrojado al mar. Su cadáver aparece a los tres días, pero su muerte siguió siendo negada durante mucho tiempo por sus verdugos. Siete décadas después, su nieta investiga acerca de las circunstancias de su asesinato. A lo largo de la investigación, las diferentes pistas que sigue le van ayudando a reconstruir la verdad de los hechos de aquellos trágicos días.
Destructor "Lepanto" |
Mi infancia transcurrió en una época de silencios. De temores y silencios… En la Cartagena de los años cincuenta y sesenta no se podía hablar acerca del pasado. De este modo, la gente de mi generación nació sin historia. Sin historia reciente. Ignorábamos casi todo sobre la infancia y juventud de nuestros padres y madres, sobre la de nuestros abuelos y abuelas, a pesar de que supiéramos recitar de corrido la lista de los reyes godos y conociéramos la historia de los traidores, que vendidos al imperio romano, acabaron con la vida del rebelde Viriato. A veces, alguien elevaba un poquitín el volumen en medio de las conversaciones que en voz baja sostenían las personas mayores, y algún chavalín o chavalina cazábamos en el aire algún fragmento de conversación, algún dato que nos hacía que aumentaran nuestras irresolutas incógnitas sobre los tiempos de ayer. Para cualquier estudiante de Bachillerato, acostumbrado a no concluir el estudio del texto de Historia, porque durante el curso nunca se pasaba del tema del reinado de Fernando VII, suponía un enigma el visionado de las películas “¿Dónde vas Alfonso XII?” y “¿Dónde vas triste de ti?” en que te enterabas que antes de la república ésa de los rojos, había habido otra república en España, y que una reina había sido expulsada del país para, años después, pedir los políticos a su hijo que volviera y se hiciese cargo del trono. Y cuando años después, en Cartagena, leíamos “Mr. Witt en el Cantón” no nos enterábamos de nada, porque no teníamos ni idea de lo que había sido la insurrección cantonal. La palabra “requeté”… aquí, en nuestra ciudad, poca gente sabía lo que significaba… Y cuando mi madre cantaba el romance de Marianita Pineda, la chica a la que mataban por bordar una bandera… ¿qué idea podía yo tener sobre esa pretendida “bandera de la libertad”?
A veces, en medio de tanto murmullo y tanto silencio, nos podíamos enterar de algo, y así, yo me enteré de que había tenido un abuelo rojo. ¿Rojo? Los rojos eran, según me contaban las Madres Claretianas, con las que cursé la Enseñanza Primaria, los enemigos de Dios y de la Iglesia. El carnaval, lo habían inventado los rojos y los masones. Los rojos eran los enemigos del orden, y por su culpa, y la culpa de una cosa que se llamaba república, España había estado a punto de romperse. Y mira por dónde, ahora yo me enteraba de que a mi abuelo lo habían matado por rojo, y que al enterarse, la Madre Patrocinio le cogió inquina a mi hermana y mi madre tuvo que ir a poner a la monja en su sitio. Pero si mi padre siempre decía que mi abuelo era la persona más justa y honrada que había conocido… Si me enseñó que la verdad era lo más importante, tan importante, que a su padre, el decir siempre la verdad, fue lo que le costó la vida… Si yo siempre había oído decir que mi abuelo se pasó la vida haciendo el bien a todas las personas que tenía a su alrededor…
¡Cuántos enigmas sin esclarecer! ¡Cuántas preguntas sin responder! ¡Cuántas verdades por revelar! Mi padre siempre decía: “Si yo pudiera escribir un libro, en el que contara toda la verdad, de lo que ocurrió…”
Él no pudo hacerlo, pero yo sí que lo he hecho ¿Y por qué? Porque quería enterarme, de una vez por todas, de cuál había sido la verdad, y después de saberla yo, darla a conocer, que el mayor número de gente posible se enterara de ella. Por eso lo he escrito. Y no me ha resultado fácil.
En primer lugar, intenté hacerlo basándome en los relatos que fui escuchando de la familia. Después, quise completarlo con algunos documentos que mi tía Carmelina conservaba en su casa… Insuficiente, todo eso era insuficiente. Había que comparar esos datos, había que contrastarlos con los de los documentos de los archivos, para que la base fundamental fuese tan sólida que no quedase ninguna duda sobre la veracidad de los hechos relatados. Por eso me fui a la hemeroteca del Archivo Municipal, al Archivo de la Guerra Civil de Salamanca, al Archivo Histórico Naval de Cartagena… para eso escribí, pidiendo documentación, al Archivo General de la Armada del Viso del Marqués, y he leído un montón de libros sobre la guerra y la posguerra en Cartagena… Hasta he consultado los cinco ladrillos de la obra de los hermanos Moreno de Alborán y Reyna, los almirantes hijos de Moreno, el también almirante y ministro franquista, con la pretensión de no basarme únicamente en historiadores con simpatía hacia los republicanos, sino de buscar también el punto de vista de los escritores franquistas…
Quizás haya escrito muy tarde este libro. Debería haberlo hecho hace años, cuando todavía vivía mi padre, antes de que hubiesen desaparecido muchos testigos… el relato habría sido más completo, no habrían faltado ciertos datos, habría tenido mayor cohesión…He intentado, no obstante, llevar a cabo mi labor con la mayor ecuanimidad, con la mayor honradez, con el mayor respeto a la verdad posible. No sé si lo he llegado totalmente a conseguir. A vosotros, a vosotras, a quienes leáis este libro, os corresponde decidirlo.
Palacio Consistorial de Cartagena |
El destino le jugó la mala pasada de que al estallar la guerra se encontrase en la mar. Quizás, de haber estado trabajando en tierra, todo habría discurrido de distinta manera. Al menos, ésa fue siempre la idea que me transmitían los distintos miembros de la familia.
Enrique Martínez Godínez, el hijo del herrero, nunca habría podido imaginar los episodios tan trágicos de los que iba a ser testigo. Su vida transcurría de la manera más apacible, entre su trabajo en el hospital, la práctica de la medicina homeopática en su domicilio, la atención prioritaria a la educación de sus hijos y su aplicación a las tareas de tipo manual en sus ratos libres. Abonaba puntualmente sus cuotas al colegio de huérfanos, con vistas a que, en el caso de que algo le sucediese, no quedase su familia desamparada, pero de nada le sirvió. Sus hijos no pudieron cobrar la orfandad.
Auxiliar Pedro Cerezuela Navarro (Imagen: en posidonia) |
En 1935, Enrique fue destinado al destructor "Lepanto", comandado por el capitán de fragata Valentín Fuentes López. Coincidió en este barco con el auxiliar del C.A.S.T.A. Pedro Cerezuela Navarro y el cabo artillero Camilo Campillo López. Los trágicos destinos de Enrique Martínez, Pedro Cerezuela y Camilo Campillo quedarían unidos para siempre, marcados por los trágicos sucesos acaecidos a partir del golpe de estado del 18 de julio de 1936. Don Valentín, extraordinario profesional, leal al gobierno legítimamente constituido no cedió ante las presiones de sus oficiales para que se uniese a la sublevación. Informó a la dotación del buque de su fidelidad a la República, siendo secundado por la mayoría de la tripulación. Ninguno de los que así se manifestó pudo llegar a imaginarse que su lealtad pudiera, tres años más tarde, ser pagada con la vida.
Éste es el punto de arranque del núcleo del libro. Todo lo que quedaba por venir sería consecuencia de lo vivido en esos momentos.
Portada del libro. |
(*) Artículo publicado en "En Posidonia" Aut.Pepa Martinez.