martes, 24 de marzo de 2015

EXILIO REPUBLICANO. EL INCIDENTE DEL VAPOR CUBA. EXILIADOS O ESCLAVOS.




La Republica Dominicana sufrió la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, desde 1930 hasta 1961. Su mandato estuvo acompañado por la represión absoluta y abundantes asesinatos, tortura y métodos terroristas contra la oposición. En 1937, Trujillo ordenó al Ejército matar a los haitianos que vivían en la zona fronteriza. El Ejército mató a unos 35.000 haitianos en solo seis días, desde la noche del 2 de octubre de 1937 a 8 de octubre de 1937, (Masacre de Perejil). Para evitar dejar pruebas de la implicación del Ejército, los soldados utilizaban machetes en vez de balas. Los Estados Unidos apoyaron el gobierno de Trujillo, al igual que la Iglesia católica y la élite dominicana. Este apoyo persistió a pesar de los asesinatos de políticos de la oposición, la masacre de los haitianos, y de las conspiraciones de Trujillo contra otros países. Los Estados Unidos finalmente rompieron con Trujillo en 1960, después de que agentes de Trujillo trataran de asesinar al presidente venezolano, Rómulo Betancourt, un crítico feroz de Trujillo. El 30 de mayo de 1961 Trujillo fue asesinado con armas proporcionadas por la CIA a través del estadounidense Simon Thomas Stocker. Los exiliados republicanos españoles también padecieron la dictadura de Trujillo.


El 6 de julio de 1940, sábado, arribó al puerto del viejo Santo Domingo de Guzmán el trasatlántico francés Cuba, transportando poco más de 600 refugiados de la Guerra Civil Española destinados al país en arreglo a los tratados migratorios establecidos entre el gobierno dominicano y el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE). Dentro del contingente a bordo del Cuba se hallaban personalidades cuya captura resultaba desde todo punto de vista interesante a las autoridades franquistas, como las de Ramón González Peña (dirigente de la Unión General de Trabajadores y ministro de Justicia durante el segundo gobierno de Negrín), Demófilo De Buen (jurisconsulto del Tribunal Supremo) o Matilde De la Torre (periodista y política), cercana a Negrín y a Julián Zugazagoitia, quien fue fusilado por Franco en 1940 tras su aprehensión en territorio francés. Reclutado mayormente en los campos de concentración franceses de Vernet y Colliure, el nuevo contingente hubiese elevado a cerca de 3,600 el número de los que por ese mecanismo habían llegado al país, cosa que no se produjo dado que, sorpresivamente, el gobierno desautorizó el desembarco, dando lugar a un poco claro incidente que canceló de facto la apertura inmigratoria del régimen de Rafael Leónidas Trujillo hacia los vencidos.

Llegado en la madrugada, al barco se le ordenó permanecer en el antepuerto, en tanto los representantes de los organismos de evacuación españoles hallaban una solución al delicado impasse en que se hallaba el contingente, carente desde ese momento de un destino cierto en América y ya bajo la jurisdicción formal del gobierno proalemán de Vichy, a cuyas órdenes quedaría el barco si la tripulación desertaba del bando aliado. De ocurrir esto, el contingente de refugiados enfrentaba el terrible acecho de ser enviado de vuelta a la Francia ocupada una vez el Cuba arribase a la Martinica, escala final de su travesía.

Al día siguiente, la prensa dominicana filtraba versiones de los motivos del gobierno dominicano para prohibir el ingreso de los refugiados al territorio nacional. Según el diario La Nación, la premura impuesta por el avance alemán había hecho que la mayoría de los pasajeros lo abordase careciendo de la documentación consular necesaria, aventurándose «a salir de Francia en cualquier forma» y entrando en el barco de forma intempestiva. Añadía, además, que el contingente no se había sujetado a la reciente disposición oficial de que los refugiados europeos llegasen al país por medio de la Asociación para el Establecimiento de Colonos Europeos en la República Dominicana (DORSA), con sede en Nueva York.

Durante tres días, el asunto se mantuvo envuelto en una aureola de misterio. Anclado frente al viejo Alcázar de Diego Colón, en la desembocadura del río Ozama, la prohibición absoluta de subir o bajar del barco llenó de expectación la vida de quienes esperaban en el muelle. La prensa de día 8, por ejemplo, describe con tonos dramáticos el incesante viajar de pequeñas embarcaciones repletas de personas que se acercan al trasatlántico tratando de encontrar entre los de abordo a algún pariente o amigo.

Fue hasta el martes 9 cuando, al fin, se produjo una declaración en torno al Cuba. Citando fuentes oficiales, La Nación de esa mañana publica una extensa explicación sobre las razones de la negativa dominicana. En ella, acusa a la Compañía General Trasatlántica Francesa de haber aceptado, movida por el lucro, a todo el que le pudo pagar el pasaje, desentendiéndose de observar los requisitos sobre visado consular. También se señala que dos meses atrás el gobierno dominicano había comunicado a los comités de evacuación la decisión de no seguir aceptando inmigrantes españoles pues no se había cumplido con el precepto de que un 50 por ciento de éstos se integrase por agricultores. Dice La Nación:

El gobierno dominicano fue sorprendido al encontrarse con que entre los miles de españoles enviados por los comités citados, no se encontraba ningún agricultor propiamente dicho, y que en cambio, de manera sistemática, era enviada a nuestro país una cantidad de inmigrantes francamente indeseables–con muy pocas excepciones- ya que no se trataba meramente de personas cuyas ideas o filiación política les obligaron a salir de España [...] sino de gente de profesión desconocida aún en su propio país, y cuya historia prácticamente comienza con la guerra [...] con títulos y cargos equívocos, que sólo justifican –en algunos casos - papeles de dudosa garantía. A esto se añade que las susodichas organizaciones sólo les entregaron cincuenta dólares a cada refugiado. Con suma tan pequeña, apenas podía vivir una persona dos meses en el país. Después, sin un organismo que se dedicara al estudio de las posibilidades de nuestro territorio para crear fuentes de trabajo [...] quedaron abandonados a su suerte, sin recursos para subsistir y sin preparación para realizar trabajos agrícolas, por ser gente que evidentemente no ha trabajado en la mayor parte de su vida [...]. Así pues, la actitud de una gran mayoría de los refugiados, ha sido y sigue siendo desde todo punto de vista censurable. Algunos, en vez de olvidar aquí sus rencillas [...] y deponer sus pasiones, continúan tratando de formar grupos políticos, comités, organizaciones, realizando así actividades incompatibles con su condición de refugiados; y lo que resulta aún peor es que con esto diseminan prejuicios e ideas perjudiciales para el país que les ha acogido, en el disfrute de una era de paz y trabajo.

Por lo anterior, el gobierno decidía no aceptar a los refugiados del Cuba, reiterando que todo aquel que, en lo sucesivo, llegara debía hacerlo por conducto de la DORSA. El trasatlántico permaneció en el antepuerto de Santo Domingo dos días más y zarpó el día 11 de julio hacia La Martinica, donde los emigrantes trasbordaron al vapor Saint Domingue que los condujo a México, país que los había admitido por las gestiones de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE) ante el general Lázaro Cárdenas.

El tono del enfoque dado por La Nación al tema de los refugiados contrasta vivamente con el trato que ese diario, en particular, había dispensado a los desembarcos iniciados ocho meses atrás con la llegada del Flandre, el 7 de noviembre de 1939 y con la versión general sostenida por los medios de comunicación sobre la solvencia moral e intelectual del colectivo refugiado en el país, sobre sus esfuerzos por adaptarse a una nueva vida y sobre los beneficios que derivaba la sociedad dominicana de todo ello. Viniendo de La Nación, medio propiedad del dictador, lo publicado era signo de que, profunda y amenazadoramente, las relaciones del régimen de Trujillo con los refugiados habían cambiado. La negativa a dar refugio al contingente del Cuba dejaba definitivamente atrás los días en que la Guerra Civil Española motivaba de parte del régimen dictatorial sonadas declaraciones humanitaristas en defensa del derecho de asilo, para abrir paso a una etapa de confrontación política con el colectivo refugiado en el país.

Curiosamente, no sería La Nación el medio por el que los refugiados y la sociedad dominicana en general seguirían percibiendo los contornos del cambio de actitud del régimen. Poco más de ese tenor aparecería en las páginas del diario, que, justo en la víspera, había dedicado dos notas editoriales dedicadas a destacar la vigencia de los principios humanitarios proclamados por Trujillo y el interés y el deber de practicarlos, incluso, por sobre los peligros de infiltración del enemigo extranjero.

A poco de partir el Cuba, el diario La Tribuna publicaba una caricatura alusiva al tema de los refugiados extranjeros en cuyo cintillo podían leerse algunas de las ideas con que comenzaría a representarse en círculos oficiales la presencia de los refugiados españoles: la decepción inmigratoria y la peligrosidad política.

Puesto al calce de la escena donde un hombre levanta en vilo a otro con la intención de lanzarlo al mar, el cintillo decía:

Extranjero ingrato ¡...te abrimos nuestros brazos hospitalarios y nos pagas con ingratitudes, haciendo propagandas subversivas de empresas que merecen todo crédito. Viniste en barco de tu país, de donde te arrojaron por algo mal hecho que hicistes... pero ahora vas a tener que regresar nadando. Como estoy haciendo a ti se le debe hacer a todos aquellos que en vez de regar nuestros campos con agua extraída de la fuente de la gratitud, se complacen en hacer todo lo contrario... PERRO INDESEABLE!...

Algunos días después, era el diario La Opinión el que volvía sobre estas representaciones. Comentando la «Apelación aTrujillo», una carta abierta donde una fracción de los exilados le solicitaba intervenir en defensa de los principios del derecho de asilo violados en Francia por la Gestapo, que había entregado a Franco a Julián Zugazagoitia, Cruz Salido y otros lideres, próximos a ser ejecutados, La Opinión afirmaba:

Hay muchos de estos refugiados que observan una conducta discreta y agradecida, pero la mayor parte de ellos, con una tozudez digna de haber sido aplicada en mejor ocasión, no piensan en otra cosa que en la política de España, aprovechando las garantías condicionales de que disfrutan para desahogar sus odios y para hablar en el país de doctrinas que jamás podrán aclimatarse, ni siquiera superficialmente, entre nosotros...Porque ya lo hemos dicho muchas veces... lo que aquí deseamos y necesitamos en materia de emigración es la llegada de gente trabajadora e inclinada a arraigar entre nosotros DEFINITIVAMENTE y no a los que carecen de todo sentimiento de gratitud y se expresan o se conducen de una forma censurable o desdeñosa.

Semanas más tarde, cuando visitaba el país el Sr. José Tomás y Piera, enviado por la JARE para conocer sobre la angustiosa situación en que vivía la mayoría de los exilados, la pizarra pública del Nuevo Diario sentenciaba lo siguiente:

Están de pláceme los refugiados españoles con la llegada al país del Ex-Ministro D. José Tomás y Piera, que a manera de Mesías viene a resolver la situación económica de los mismos y a prepararles la maleta a cuantos deseen trasladarse a México. Es una buena oportunidad que se nos presenta a los dominicanos de que nos saquen de aquí a muchos elementos que se han hecho acreedores a nuestro desprecio. ¡Que se vayan de aquí los que no desean vivir aquí!

En suma, la explicación que comenzó a configurarse oficiosamente sobre la política de inmigración de refugiados españoles desarrollada desde mediados de 1939 tendió a construir imágenes que hacían aparecer, por un lado, al gobierno dominicano como parte defraudada en los arreglos migratorios establecidos con los organismos de evacuación republicanos, en tanto, por el otro, presentaba a los llegados como una colectividad que no había sido consecuente en cuanto a corresponder la hospitalidaddominicana. ¿En qué medida reflejaban estas versiones las realidades del proceso de incorporación a la sociedad dominicana seguido por los refugiados en los meses previos?

En relación con los presuntos fines agrícolas de la política del régimen había existido, ciertamente, una gran desorganización. A la hora del incidente, la gran mayoría de las colonias agrícolas pobladas con refugiados ostentaba un perfil productivo muy bajo, por no decir que inexistente. Iniciados muchos de los asentamientos hacia finales del mes de febrero de 1940 (apenas cuatro meses antes del arribo del Cuba), la situación imperante en la mayoría de ellos era humana y productivamente deplorable. Poseyendo, generalmente, profesiones de base urbana, una gran mayoría de los llegados no era apta para el trabajo agrícola y presentaba graves problemas de adaptación climática al medio rural dominicano, lo que aunado a la ausencia de apoyos productivos y técnicos que facilitasen su esfuerzo de adaptación a la vida de las colonias intervino de modo relevante en los magros resultados que registraban hacia julio de 1940.

La fallida campesinización y el éxodo hacia las ciudades presionó en tal modo los espacios urbanos que pronto, muy pronto, el exilio español comenzó a ser considerado como un fenómeno problemático. Justo en los días en que el régimen se empeñaba en interesar a Roosevelt en la capacidad de la República Dominicana para absorber refugiados europeos, cientos de españoles desocupados se amontonaban en las ciudades, reclamando ayuda de sus organismos para ser evacuados del país. Sin embargo, el gobierno dominicano no podía, en rigor, declararse defraudado por el fracaso agrícola de la inmigración.

Como veremos, ese fracaso no obedecía, estrictamente, a la capacidad organizativa y financiera del SERE en cuanto a cumplir con la proporción de agricultores establecida y dotar los recursos adecuados para su establecimiento productivo, sino que tuvo también mucho que ver con la propia capacidad –o interés– del gobierno para impulsar los fines que decía perseguir. De hecho, más de un lector tuvo que sentirse confundido al leer en La Nación que al contingente del Cuba se le negaba la entrada por el envío sistemático de población no agricultora. No sólo porque los fines de fomento agrícola se hallaron relativamente ausentes como marco explicativo en la llegada de los tres contingentes que arribaron durante 1939, sino porque el propio diario se había encargado de difundir imágenes triunfalistas y promisorias sobre los alcances de la colonización agrícola. Entre abril y junio de 1940, el diario publicó reportajes y notas editoriales que proyectaban una visión exitosa del proceso de colonización; sus títulos son suficientemente expresivos: «Colonización progresiva y eficaz», «Un nuevo aspecto de la colonización agrícola dominicana», «Españoles en la agricultura», «Los colaboradores de Trujillo. Hombres de España en El Seibo», además de un extenso reportaje a doble página dedicado a la colonia de Pedro Sánchez.

Pero si las imágenes vertidas por la prensa en los meses previos al arribo del Cuba contradecían la versión de la decepción agricultora, en mucho mayor medida contradecían la idea de un colectivo inmigrado integrado por personas «francamente indeseables –con muy pocas excepciones». Muchos eran los técnicos y profesionales que en esos días, «títulos equívocos» o no, elevaban el nivel de desempeño de las políticas públicas del régimen, según podía leerse en las propias páginas del diario, que se constituyó en foro sistemático de la acción cultural del exilio en los distintos ámbitos en que este incidía. La «diseminación de prejuicios e ideas», –aspecto que, sin eufemismos, debe entenderse como la difusión de ideologías anarquistas, socialistas o comunistas– no dejaba de ser, a lo más, un fenómeno de carácter informal y cotidiano, pues las distintas configuraciones políticas del exilio evitaron premeditadamente la manifestación pública de sus representaciones políticas, o al menos lo hicieron hasta los días del incidente. En principio, la inquietud política por el posicionamiento crítico que los exilados asumían colectivamente frente al escenario de la Guerra Mundial, los avances del totalitarismo y el problema de la democracia, resulta ser el único elemento que podría explicarnos la sorpresiva dureza de lo expresado por La Nación, cosa que obliga a resolver analíticamente la paradójica apertura de un régimen totalitario a la inmigración de un exilio liberal en todos sus matices posibles.

¿Por qué facilitó el dictador la inmigración de una colectividad que había librado una guerra por principios e ideologías sociales por su inspiración proscritos en la ley dominicana?

El hecho de que la política que hizo llegar a la República Dominicana poco más de tres mil refugiados españoles tuviese un carácter en muchos aspectos informal, carente de bases institucionales claras e inmerso en el secreto mundo de la tiranía, traslada una apreciable carga de ambigüedad a las interpretaciones esbozadas por los historiadores sobre los determinantes y la naturaleza de la política seguida hacia el exilio republicano. En ausencia de bases documentales firmes, las interpretaciones sobre la paradójica política de inmigración del régimen dictatorial han hecho jugar diversos factores. Por una parte, los historiadores han tendido generalmente a convalidar los propios argumentos esgrimidos por el régimen como motivo para negar el ingreso a los pasajeros del Cuba y cancelar la apertura a la inmigración masiva de refugiados españoles, esto es, se ha admitido que los intereses de colonización agrícola realmente estimularon los contactos con el SERE. La tesis del trujillismo sobre el fracaso del proyecto inmigratorio por incumplimiento de la contraparte española en cuanto al envío de agricultores –tesis que siguió figurando en explicaciones oficiales posteriores–, ha sido aceptada sin crítica por los académicos a la hora de explicar la hechura de la política.

El interés colonizador del régimen dominicano se asume bajo el doble aspecto de política para el incremento de la producción agrícola y de política con objetivos de carácter demográfico. Según Naranjo, Trujillo inscribía la llegada de los refugiados españoles dentro de los «deseos de poblar el país con mano de obra blanca y fomentar el desarrollo de la agricultura mediante la creación de colonias». Lo racial pesa más en la explicación de Vega, para quien el interés del tirano se vio, además, mediado por «su deseo de mejorar la raza» y acentuar el carácter hispánico de la cultura dominicana, concibiendo la llegada de los refugiados dentro del proyecto de dominicanización de la frontera con Haití.

Aunque muchos dominicanos, de cualquier condición intelectual, leyeron desde ópticas racistas e hispanistas la política que traía a los refugiados españoles, es difícil sostener que el régimen efectivamente se hallase interesado en asentarlos en el país. Analizado como proceso de implementación, desde el reclutamiento en los consulados de París y Burdeos la política del estado dominicano deja ver un débil interés por lograr la efectiva inserción de los llegados en la agricultura. Basta observar, en ese sentido, la dinámica posterior a su llegada para comprender que ni la recepción, ni el asentamiento, ni las medidas de sostén de los refugiados en las colonias agrícolas del estado dominicano parecieron enmarcarse en la lógica de una política que persiguiera ese tipo de fines.

Trujillo admitió a los exiliados españoles en el contexto de una campaña de imagen ante la sociedad internacional,  para lavar sus muchos crímenes. Una vez conseguido este objetivo impidió la llegada de más republicanos españoles y a los que admitió les hizo la vida imposible para que abandonaran el país, prácticamente les trataba como a esclavos. 


Benito Sacaluga.


Fuente: Academia Dominicana de la Historia