Declaraciones de la dotación del destructor ‘Lepanto’ al semanario “La Armada”, publicadas el 18 de septiembre de 1938.
Era la madrugada del 17 de Julio, cuando el destructor ‘Lepanto’ se hacía a la mar desde Cartagena con rumbo a Almería.
La dotación creía hallarse ante uno de esos viajes grises que se realizaban. De ahí que cayera presa de la mayor extrañeza al recibir orden, durante el trayecto, de tener preparadas las armas automáticas de a bordo.
No obstante, al arribar a Almería. Se observó que la mayor tranquilidad reinaba entre la población. Ello contribuyó a desvanecer los recelos y dudas originadas con la anterior medida.
Sin embargo fueron de notar las numerosas visitas al buque realizadas durante toda la tarde por elementos oficiales para hablar con el comandante, el CN Valentín Fuentes, figurando entre los visitantes el Gobernador Civil y el diputado socialista por la provincia Gabriel Pradal.
A eso de las nueve de la noche, la mayor parte de la dotación, que estaba paseando en tierra, fue llamada urgentemente al buque, y una hora más tarde el ‘Lepanto’ salía rumbo a Melilla.
Rumores de un alzamiento militar en nuestro protectorado marroquí empezaron a llegar a la dotación. Un despacho del Ministerio de Marina, previniendo contra todo transporte de fuerzas a la Península, fue recibido en la estación de radio en las primeras horas de la madrugada.
Al amanecer del día 18 avistamos a los destructores ‘Sánchez Barcaíztegui’ y ‘Almirante Valdés’, que se hallaban evolucionando frente a Melilla. Al cruzar frente al ‘Sánchez Barcaíztegui, insignia de nuestra Flotilla, nuestro comandante preguntó al Jefe del Estado Mayor de la misma. ¿Qué noticias nuevas hay?, a lo que se le respondió: La plaza está en estado de guerra, ahora iré ahí, a bordo.
La misma mañana se recibió un despacho radiotelegráfico del Ministerio de Marina, dirigido a los tres buques, ordenando estar listos para abrir fuego sobre los objetivos militares de Melilla que un hidroavión señalaría oportunamente. El comandante del ‘Lepanto’ mandó prepararse para cumplir con lo ordenado. En estos momentos, desde la capitana, se ordena a los barcos de la Flotilla la formación en línea de fila natural, a cuyo final nos incorporamos, hasta que con asombro, vemos que los otros dos destructores enfilan decididamente la entrada del puerto de la plaza sublevada. A la vista de ello, Valentín Fuentes ordenó salir de la formación y mantenernos por aquellas aguas, mientras convocaba en el puente junta de oficiales decía:
Esos barcos, desobedeciendo al Gobierno, van a entrar en Melilla.
Rápidamente subieron al puente todos los oficiales. Se les podía ver muy preocupados. Una vez reunidos, el comandante dio lectura al radiotelegrama anteriormente señalado, así como a este otro recibido a las 15,30 horas del día:
Inmediatamente a recibir este radio, romperán el fuego los tres barcos sobre campamentos y cuarteles de regulares, centros militares y agrupaciones de fuerzas. La República Española espera, de la lealtad y disciplina de esas dotaciones, sabrán hacer honra a la tradición brillante de la Marina. Continuarán el fuego hasta la solicitud de tregua o haber consumido la mitad de los cargos. En todo caso, darán cuenta inmediatamente del fiel cumplimiento de estas órdenes. Evitarán disparos sobre edificios enclavados en el casco de la población.
El comandante añadió:
Como los otros dos barcos que han de intervenir también en la operación nos han abandonado, entrando en la plaza a cañonear, ante la delicada situación presente y la eventualidad de un desastre, creo conveniente pedirles a ustedes su opinión.
Expuestos los respectivos pareceres, la mayoría de la oficialidad se mostró opuesta a cumplir la orden ministerial, salvo el Maquinista de cargo, Ginés Jorquera, que se mantuvo firme y abogó por la fidelidad al Gobierno republicano.
Vista la posición, mayoritaria de los oficiales, Jorquera para ir ganando tiempo y preparar a la dotación frente a los presuntos sediciosos, propuso el envío de un despacho al Gobierno indicándole el paso al enemigo de los destructores ‘Sánchez Barcaíztegui’ y ‘Almirante Valdés’, así como el desconocimiento de los objetivos a cañonear sobre Melilla, por no haber podido ver el hidro de referencia. El comandante hizo suya la propuesta, pero no así los oficiales.
Mientras tanto, el jefe de máquinas, apellidado Pastor, aprovechándose de que el comandante se hallaba enfrascado en tal reunión, bajó del puente y llamó aparte a los elementos más antiguos de los Cuerpos Auxiliares y les dijo que en España no existía ya Gobierno, y que lo más prudente era sumarse al movimiento sublevado. Los interesados, por toda respuesta exclamaron:
¡No obedecemos más órdenes que las del Gobierno legítimo¡.
Jorquera, en una escapada, tomó contacto con algunos de la dotación, exponiéndoles la situación que se daba a bordo y previniendo contra ella.
Ante la actitud intransigente de los oficiales, se desestimó el radiotelegrama propuesto por Jorquera, conviniéndose enviar otro con el siguiente texto, que fue cursado a las 17,15:
“Estoy completamente solo ante Melilla. Dada superioridad fuerzas contrarias, que harán estéril toda actuación mía, con segura destrucción barco, sin conseguir objetivos consulto a V.E,”
Pero ya, un poco antes, Valentín Fuentes, mediante despacho cifrado, había puesto en conocimiento del Ministerio la verdad del paso de los otros dos destructores, que era precisamente lo que no quería confesar la oficialidad.
Hubo un momento en el que el ‘Lepanto’ parecía enfilar también la entrada del puerto. Algunos elementos de la dotación subieron presurosos al puente para mostrar su extrañeza al comandante, a la par que su decisión inquebrantable de permanecer fieles a la República y al Gobierno legítimo. Valentín Fuentes les aseguró que nada tenían que temer y que el barco no entraría en Melilla.
A las 19,45 horas se recibió otro radio desde el Ministerio:
Consérvese a prudente distancia frente a situación exacta del ‘Sánchez Barcaíztegui’ y ‘Almirante Valdés’ procurando impedir salida buques mercantes. Escuadrilla submarina va en su socorro.
Otra vez el ‘Lepanto’ impulsado por no se qué influencias extrañas, de las que no andaba muy ajeno el Oficial de Guardia, que intentaba de continuo, aprovecharse del nerviosismo del momento, parecía volver a enfilar la entrada a Melilla. Nuevamente subió la gente a hablar con el comandante, que les reiteró sus anteriores palabras y ordenó corregir el rumbo.
Bueno será advertir, a todo esto, que el barco llevaba encendidas solo dos calderas, conviniendo el comandante con el maquinista Manuel Sáncha, y contra la opinión del jefe de máquinas, que se encendiesen las dos calderas restantes, para poder afrontar, llegado el caso de ser atacados por el ‘Sánchez Barcaíztegui’ y el ‘Almirante Valdés’, semejante eventualidad, que de otro modo sería fatal dada la desigualdad de fuerzas.
Bien pronto, a las pocas horas, iba a despejarse la incógnita en torno a ambos destructores, cuya incierta actividad hasta entonces había intrigado enormemente a los del ‘Lepanto’, que no sabían si tenerlos por amigos o por enemigos, aunque, dada su presencia en Melilla más cabía pensar lo segundo.
Al amanecer vimos salir del puerto al ‘Sánchez Barcaíztegui’, que tomó rumbo noroeste. Apenas se distinguía ya su silueta. Luego, unas dos horas más tarde y con el mismo rumbo, salía también, muy despacio, el ‘Almirante Valdés’.
Nosotros, que continuábamos en servicio de vigilancia por aquellas aguas, pensábamos: ¿Será este un plan convenido para atacarnos cada buque por un costado?
A las once de la noche quedaba la situación completamente despejada. Los radiotelegrafistas de los tres destructores, mediante comunicaciones cruzadas entre sí, nos hacían conocer la buena nueva de que, tanto el uno como el otro de los barcos salidos de Melilla habían sido ganados por su dotaciones, devolviéndolos a la República, para lo cual mandaban ambos a Málaga y Cartagena respectivamente.
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