La actuación de Benjamín Balboa frente a los golpistas sublevados fue decisiva para conseguir que las unidades de la Flota permaneciesen del lado de la República. De no haber sido así la guerra habría durado pocas semanas. Sus valores como persona y militar, junto con su absoluta lealtad a la República, fueron decisivos.
Benjamín Balboa (sentado) Imagen: Mundo Gráfico/Estampa |
Gloria al heroico Ejercito de África. España sobre todo. Recibid el saludo entusiasta de estas guarniciones, que se unen a vosotros y demás compañeros Península en estos momentos históricos. Fe ciega en el triunfo. Viva España con honor. General Franco.
Momentos después volvió a detectar otro radiograma con el mismo texto e idéntica firma, dirigido a los generales jefe de la 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, 5ª, 6ª, 7ª y 8ª División Orgánica en Madrid, Sevilla, Valencia, Barcelona, Zaragoza, Burgos, Valladolid y La Coruña: al comandante militar de Baleares, al general jefe de la División de Caballería, en Madrid; al jefe de la circunscripción de Ceuta y Larache; al jefe de las fuerzas militares de Marruecos y a los almirantes jefes de las bases navales de Ferrol, Cadiz y Cartagena. Todavía captó otro mensaje, transmitido desde la base naval de Cartagena, que terminaba con la orden de "cursése a las guarniciones" y que aumento aún más sus sospechas. La indignación que le produce en hecho en si - escribe Daniel Sueiro en La Flota es Roja - se acrecienta en Balboa ante la descarada pretensión de los sublevados de servirse de ellos y utilizar nada menos que la vía oficial para propagar el alzamiento y levantar a los cuarteles y demás dependencias militares de Madrid y, sobre todo, le duele que sea un compañero el que, desde la estación de radio de Cartagena esté dando curso a tales mensajes.
Obedeciendo al primer impulso, con el texto de la circular de Franco garrapateado en una hoja que sostiene nerviosamente en la mano, pulsa el entrecortado reproche que quiere hacer llegar al radiotelegrafista de Cartagena:
El capitán y jefe del centro hizo hincapié, antes de atravesar los cien metros de jardín que le separaban de su vivienda privada, de que desde ese momento era aún más rigurosa la orden dada por él acerca de la utilización exclusiva del teléfono conectado con su casa, con la prohibición consiguiente de utilizar los otros dos teléfonos. Y ese teléfono que Ibáñez Aldecoa quería que le sirviera para enterarse de lo que hablaban subordinados suyos en los que no confiaba, sirvió también a éstos, que por lo demás mantenían hacia su jefe una actitud equivalente y opuesta, para escuchar algo de lo que él mismo decía en tal momento. Así fue como el mismo Balboa pudo oír la conversación personal que, a renglón seguido, mantuvo Ibáñez Aldecoa con su jefe el vicealmirante Javier de Salas. Quería éste que el mensaje de Franco se hiciere llegar, por los medios que fuera, a todas las guarniciones. Y replicaba Aldecoa: Hazlo tú. Y un nuevo apremio por la otra parte. Ibáñez Aldecoa confiesa: Es que tengo aquí un hueso... En un momento dado Ibáñez Aldecoa se decide a intentar transmitir la llamada de Franco a las guarniciones, de acuerdo con los deseos de Salas y siguiendo, sin duda, los planes trazados con anterioridad.
Ya es de día cuando atraviesa de nuevo el jardín y llega a la puerta del gabinete telegráfico . Allí le sale al encuentro Benjamín Balboa, que seguramente le está esperando. El capitán de corbeta quiere hacer valer su autoridad y le indica al auxiliar que se considere arrestado.
(1) Extraído de S.B.H.A.C (Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores). Galería de héroes republicanos de la Guerra Civil Española.
(2) Telegrafía sin hilos
Obedeciendo al primer impulso, con el texto de la circular de Franco garrapateado en una hoja que sostiene nerviosamente en la mano, pulsa el entrecortado reproche que quiere hacer llegar al radiotelegrafista de Cartagena:
...no hagas eso compañero...no transmitas esa circular...no te das cuenta de que es un acto de subversiónla respuesta quiere ser una justificación y es una llamada angustiosa por parte del auxiliar de radio, Albiol, que Balboa sabe captar: estaba cumpliendo órdenes superiores, de jefes que en ese momento le rodeaban en la misma estación de radio. Y la circular no solamente había sido transmitida ya a Madrid sino también a la base de Mahón. Sin perder más tiempo Benjamín Balboa corre a uno de los teléfonos cuidándose de no utilizar el que estaba conectado con el domicilio del jefe de la Estación, el capitán de corbeta Cástor Ibáñez Aldecoa, sin duda al pie del aparato en sus habitaciones, a la espera de aquella noticia. Saltándose así a su jefe inmediato, por las buenas razones que tiene para hacerlo, se pone al habla con el jefe de la secretaría del Ministerio de Marina, el teniente de navío Prado Mendizabal, al que lee por teléfono el texto lanzado por Franco. Prado copia rápidamente las palabras que Balboa le dicta y antes de colgar y pasárselas a su ministro, Giral, le indica al radiotelegrafista que, por su parte, pase a limpio la circular y se la envíe con toda urgencia y en sobre cerrado y personal al ministro de la Guerra y presidente del Consejo, Casares Quiroga... Y en ese momento es cuando aparece el jefe del servicio, capitán Ibáñez Aldecoa. Al darse cuenta de que el esperado mensaje de Franco, en lugar de ser transmitido a las guarniciones, para que se sumen al alzamiento, como estaba previsto por la conspiración, iba ser enviado al ministro o al jefe del Gobierno se apoderó bruscamente de él, arrebatándolo de las manos del funcionario, reclamando la vía jerárquica del Jefe del Estado Mayor de la Armada, vicealmirante Salas, como primer destinatario natural y obligado del mismo. Mientras se dirigía a la cabina telefónica de la misma estación no ahorró palabras de desprecio y de amenaza por las conducta del auxiliar Balboa. Con el almirante Salas sostuvo una eufórica y alborozada conversación en alta voz, después de la entusiasmada transmisión de la circular de Franco, manteniendo ostensiblemente abierta la puerta de la cabina, como para contagiar a las fuerzas de custodia y demás presentes de su propia alegría.
El capitán y jefe del centro hizo hincapié, antes de atravesar los cien metros de jardín que le separaban de su vivienda privada, de que desde ese momento era aún más rigurosa la orden dada por él acerca de la utilización exclusiva del teléfono conectado con su casa, con la prohibición consiguiente de utilizar los otros dos teléfonos. Y ese teléfono que Ibáñez Aldecoa quería que le sirviera para enterarse de lo que hablaban subordinados suyos en los que no confiaba, sirvió también a éstos, que por lo demás mantenían hacia su jefe una actitud equivalente y opuesta, para escuchar algo de lo que él mismo decía en tal momento. Así fue como el mismo Balboa pudo oír la conversación personal que, a renglón seguido, mantuvo Ibáñez Aldecoa con su jefe el vicealmirante Javier de Salas. Quería éste que el mensaje de Franco se hiciere llegar, por los medios que fuera, a todas las guarniciones. Y replicaba Aldecoa: Hazlo tú. Y un nuevo apremio por la otra parte. Ibáñez Aldecoa confiesa: Es que tengo aquí un hueso... En un momento dado Ibáñez Aldecoa se decide a intentar transmitir la llamada de Franco a las guarniciones, de acuerdo con los deseos de Salas y siguiendo, sin duda, los planes trazados con anterioridad.
Ya es de día cuando atraviesa de nuevo el jardín y llega a la puerta del gabinete telegráfico . Allí le sale al encuentro Benjamín Balboa, que seguramente le está esperando. El capitán de corbeta quiere hacer valer su autoridad y le indica al auxiliar que se considere arrestado.
Usted -le grita- está contraviniendo mis órdenes. Retírese como arrestado a su habitación. Y a partir de este momento le prohíbo que entre en la sala de aparatos.Balboa reacciona con energía y con ira le replica:
No acato esa orden. Tengo una misión que cumplir y la cumpliré. cueste lo que cueste y pese a quién pese. Estoy aquí para defender a la República contra aquellos que, como usted sabe, la traicionan. Y desde este momento es usted, no yo, quién tiene prohibida la entrada en el local.El auxiliar de radio apunta al capitán Aldecoa con su pistola, una Luger 22, de nueve tiros, más uno en la recámara, con el cargador completo. Allí mismo lo detiene y lo encierra en sus habitaciones. No salga usted de su casa, le advierte antes de retirarse, Si lo intenta se hará fuego contra usted. De esta forma se hizo dueño de la situación, y el Gobierno de la República no perdió el contacto con las bases navales ni con la mayoría de los barcos que componían la escuadra, impidiendo, entre otras cosas, el paso del estrecho de Gibraltar al grueso de las fuerzas sublevadas en el protectorado marroquí. Convertido en hombre de confianza de la Marina de guerra republicana, fue ascendido a Oficial 1º, equiparado a capitán, del cuerpo al que pertenecía, desempeñando diversos cargos públicos a lo largo de la contienda, entre ellos el de Subsecretario de Marina y Aire. Al finalizar la guerra se exilió a México, donde permaneció hasta su fallecimiento en 1976.
(1) Extraído de S.B.H.A.C (Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores). Galería de héroes republicanos de la Guerra Civil Española.
(2) Telegrafía sin hilos