LA ROSENSTRASSE Y LOS CRÍMENES FRANQUISTAS
Autor : Floren Dimas Balsalobre
En
marzo de 1943, apenas quedaban ya judíos en Berlín.
Para festejar el 54 cumpleaños de
Hitler, se quiso declarar la capital de Alemania “freijuden” (libre de judíos).
El 27 de febrero hubo una gran redada en las fábricas en las trabajaban
alemanes “mischechen”, es decir, judíos casados con arios o no judíos,
protegidos hasta entonces por las leyes raciales de Nüremberg.
Mil setecientos de ellos fueron hacinados en un
edificio de la Rosenstrasse (calle de las Rosas), cerca del cuartel general de
la Gestapo, a la espera de ser deportados a los campos de exterminio. Al pesar
del régimen de terror que imperaba, el 27 de febrero comenzaron a concentrarse
en el entorno, varios cientos de familiares no judíos, cuyo número aumentaba
cada día, exigiendo a gritos la libertad, e incluso, llamando “asesinos” a los
guardianes SS. Tras varios intentos inútiles por dispersarlos, incluso usando
tanquetas, el mismo Himmler departió con el Führer la conveniencia de dar marcha
atrás, ante la dimensión que estaba adquiriendo aquel escándalo “entre
alemanes”, terminando por darse la contraorden, siendo anulada la orden de
deportación y llegando vivos muchos de ellos al final de la contienda. Caso
único registrado en la maquinaria letal del Holocausto.
Muchas son las hipótesis
barajadas desde entonces, sobre las verdaderas causas de esta sorprendente
medida, pero que sea cual sea la causa real, nos sitúa ante una pregunta
inquietante:
“¿Encontró el nazismo la necesaria complicidad para el Holocausto, en el silencio cómplice de la sociedad alemana y en la de los países ocupados?”. Según parece constatado esta actitud, pasiva la mayoría de las veces, mucho tuvo que ver en el ascenso del nazismo al poder y con las barbaries que protagonizó antes y durante la guerra, la vista gorda, la indiferencia y también, la aprobación implícita, de la mayor parte de los ciudadanos. Al final de la guerra, nadie en Alemania ignoraba lo sucedido, y hasta el final, optaron por callar.
“¿Hubiera podido llevarse a cabo el Holocausto, si el caso aislado de la Rossentrasse se hubiera generalizado?”, la pregunta sigue estando abierta.
Los crímenes franquistas, solo han sido conocidos en toda su
dimensión, gracias al trabajo de las asociaciones memorialistas, en una labor que
ha sido obstaculizada sistemáticamente, utilizando todos los resortes, por
los gobiernos habidos en España, desde la muerte de Franco y hasta muy
recientemente. Todavía en la actualidad, algunas –demasiadas- instituciones
estatales, autonómicas y municipales, se oponen a los trabajos de
investigación. La ley de la Memoria Histórica, aunque ha puesto medios para
la cuantificación y calificación de
aquellos crímenes masivos, mantiene sin embargo la legalidad del franquismo, de
los tribunales represores y la validez de las sentencias, lo que en términos
estrictamente jurídicos, se conoce como una ley “aberrante”.
A pesar del muro de silencio y olvido, levantado por los
políticos de una transición falazmente ejemplar, ya no es posible alegar por
más tiempo, ignorancia sobre la impunidad de la represión franquista, ante el
cúmulo de pruebas presentadas en el despacho del juez Garzón, y por multitud de
testimonios y fehacientes, por el asesinato de casi doscientos mil
republicanos, por fusilamiento, hambre o torturas.
Así,
mientras en Francia acaba de aprobase una ley, que convierte en delito el
negacionismo, de actos considerados crímenes contra la humanidad o genocidios,
aquí en España se tolera la existencia de partidos políticos, organizaciones,
editoriales y medios de comunicación, que justifican, e incluso exaltan, el
mayor crimen realizado en la historia de España, a la vez que glorifican a sus
responsables.
Y lo que es casi tan grave: el silencio corporativo de la
sociedad española actual, capaz de emocionarse y solidarizarse en torno a
las víctimas del terrorismo, y fría como el granito, o dolorosamente
indiferente, ante el sufrimiento de decenas de miles de familiares de las
víctimas del franquismo, cuyos familiares están desaparecidos y repartidos, por
cualquiera de las fosas comunes, desperdigadas por las cunetas de España., o
esperando en los cementerios a que llegue el momento de hacerles justicia.
Alguna responsabilidad habrá de imputarse al PSOE, tras
tantos años de gobierno, por haber llegado a 2012 manteniendo a Franco y José
Antonio en el Valle de los Caídos, y permitiendo que sus sombras alargadas,
sigan perpetuando una impronta totalitaria, no solo en el callejero urbano, si
no en amplios sectores políticos, económicos y sociales de nuestro país.
Calabardina 26 de diciembre de 2011.
Floren Dimas Balsalobre
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