martes, 16 de mayo de 2017

ANTONIO AZAROLA GRESILLÓN, EL CONTRALMIRANTE Y EX MINISTRO DE MARINA ASESINADO EN 1936.



Después de buscar información sobre el contralmirante Azarola, indagando en las redes y publicaciones escritas, casi todas de escaso valor y dueñas de la simpleza y/o el sectarismo, he decidido transcribir el texto publicado en Asturias Republicana, extraído de uno de los libros del prestigioso investigador Marcelino Laruelo Roa, "Muertes Paralelas. El destino trágico de los prohombres de la República", publicado en 2004. Un texto en el que el Contralmirante Azarola es protagonista. Amplio, revelador, muy interesante y fácil de leer, en el que también se describe detalladamente el desarrollo de la sublevación en Ferrol.

Dada la relativa extensión del relato, lo he divido en tres partes, a saber:

  • SU VIDA EN LA MARINA
  • EL ALZAMIENTO EN FERROL Y LA DETENCIÓN DE AZAROLA
  • EL ASESINATO DEL CONTRALMIRANTE AZAROLA


Contralmirante Antonio Azarola
Al contralmirante Antonio Azarola y Gresillón le pasaron por las armas en el cuartel de Dolores de la Base Naval de Ferrol a las seis de la mañana del día cuatro de Agosto de 1936. Los nuevos amos de la Base y de Galicia entera organizaron la ejecución con gran pompa y aparato. Al dramático acto había que revestirlo con el boato de un auto de fe. El reo no era un heterodoxo, sino un católico fervoroso que llevaba en la mano un crucifijo. Y era también un marino de carácter que no quiso colaborar con sus martirizadores, sino manifestarles su profundo desprecio: el contralmirante Azarola no aceptó que se le leyese íntegra la sentencia, se negó a firmar la notificación y manifestó que no vestiría el uniforme, como le ordenaban, para ir a la ejecución. Previamente, también se había negado a estar presente durante el desarrollo del consejo de guerra, excepto cuando le tocó el turno a la defensa. Le iban a asesinar, estaba claro, y el contralmirante Azarola hizo todo lo que pudo para que el asesinato no se pudiera ni justificar ni camuflar bajo el manto de ninguna clase de justicia.



SU VIDA EN LA MARINA

No he podido averiguar de dónde le vino la afición por el mar. Porque Antonio Azarola y Gresillón había nacido tierra adentro, en la villa navarra de Tafalla, a la vera del Cidacos, que es río de poca agua. Fue el día dieciocho de noviembre de 1874, hijo de José María Azarola, médico, y de Leonor Gresillón. El matrimonio ya tenía otros dos hijos varones: José María y Emilio, nacidos también en Tafalla. Leonor figura como nacida en París, mientras que José Azarola era natural del pueblo guipuzcoano de Ormáiztegui. Este pueblo, enclavado en la comarca del Goyerri, a unos cincuenta kilómetros de San Sebastián, destacó como un centro de actividad industrial muy importante durante la construcción del ferrocarril del Norte, actividad industrial que se mantiene en nuestros días, en especial, en la construcción de autobuses. En Ormáiztegui había nacido también Zumalacárregui, el famoso general carlista.

La familia Azarola Gresillón emigró a Uruguay, donde ya se habían asentado otros familiares de la rama Azarola, probablemente hermanos del padre. Algunos descendientes del contralmirante sitúan en este viaje transatlántico el origen de su pasión por la mar. Sea como fuere, Antonio Azarola ingresó a los dieciséis años como aspirante en la Escuela Naval. Cursó los estudios correspondientes, estuvo embarcado en la fragata “Asturias” y al finalizar el año 1893 fue nombrado guardiamarina.

Como guardiamarina, estuvo unos meses embarcado en el crucero “Reina Regente” y en el “Alfonso XII”, de donde pasó a la corbeta “Nautilus”. Era el año 1894. De haber salido guardiamarina un curso más tarde, quizás no estaría yo ahora escribiendo de Azarola: el crucero “Reina Regente”, el mejor buque de la Marina española en aquel entonces, se hundió en aguas del Estrecho el diez de Marzo de 1895 en medio de un fortísimo temporal. El “Reina Regente” había sido construido en Inglaterra en 1887, tenía un desplazamiento de 4.725 toneladas y alcanzaba los veinte nudos de velocidad. En el momento de producirse el naufragio era su comandante Francisco Sanz de Andino y componían la dotación 372 marinos y cuarenta aprendices de Artillería: no hubo supervivientes.

Azarola había embarcado en la corbeta “Nautilus” en septiembre de 1894 y en ella permaneció casi dos años. La “Nautilus” era un antiguo mercante de vela construido en Glagow en 1866 y llamado “Carrick Castle”. En 1886 fue adquirido por España y transformado en corbeta para dedicarla a escuela práctica de guardiamarinas. Aparejada como clipper y bajo el mando del capitán de fragata Fernando Villaamil, natural de Serantes, en el asturiano concejo de Castropol, realizó un viaje de circunnavegación, zarpando de Ferrol el treinta de noviembre de 1892 y regresando a dicho puerto el once de agosto de 1894. La “Nautilus” continuó utilizándose como buque escuela para guardiamarinas hasta que en 1925 fue reemplazada por el “Juan Sebastián de Elcano”. A bordo de la “Nautilus”, Azarola cruzó el Atlántico en viaje de ida desde Santa Cruz de Tenerife hasta Puerto Rico. Después de navegar por aquellas aguas, descendieron hasta Montevideo, a donde arribaron el día uno de febrero de 1896. En Montevideo, le aguardaban sus hermanos y tíos, el clan de los Azarola, tan sobresaliente en la vida cultural, científica y universitaria uruguaya. También saldría a recibirle el recuerdo de los días felices de la infancia.

De regreso a España, en julio de ese año, desembarcó de la “Nautilus” y pasó a formar parte de la dotación de la fragata “Almansa” durante un período de seis meses. El dieciocho de enero de 1897 ascendió a alférez de navío y pasó al “Infanta Mª Teresa”, crucero protegido de siete mil toneladas, a bordo del cual permaneció durante casi siete meses, hasta que en noviembre regresó a la “Nautilus” y con ella zarpó de Cádiz el día siete con rumbo a Río de Janeiro. Allí recibieron el nuevo año, haciéndose a la mar poco después con rumbo al Cabo de Buena Esperanza. De regreso a España, hicieron escala en la isla de Santa Elena y las Madeira, y el veintisiete de mayo fondeaban en Cádiz. No participó Azarola en la desastrosa guerra con Estados Unidos, pues permaneció en La Carraca, a bordo de la “Nautilus” todo el verano del 98.

A comienzos de 1899, inició un crucero por el Mediterráneo con escalas en Argel, Túnez, Malta, Alejandría y Corfú; y de regreso, en Nápoles, Civita Vechia, Tolón, Barcelona y Cartagena, donde fondearon el dieciséis de julio. En septiembre de ese año, Azarola desembarcó de la “Nautilus” y pasó a la Brigada Torpedista de Cádiz, donde permaneció por espacio de tres meses.

Los seis primeros meses del 1900 los pasó de permiso y el uno de Julio se incorporó a su nuevo destino como ayudante del contralmirante Ricardo Fernández Gutiérrez de Celis. Contaba Azarola con veinticinco años y puede que haya sido este puesto el de mayor trascendencia en el devenir de su vida personal. Permaneció con el contralmirante tres meses y medio, y en octubre de nuevo a la “Nautilus”, en la que pasó un período de ocho meses, durante el cual hizo otro viaje de instrucción hasta Río de Janeiro. En marzo de ese año de 1901, después de una escala en Fort de France, en la Martinica, atracaban en los muelles de la Base Naval de Ferrol. Poco tiempo después, desembarcó de la “Nautilus” y pasó destinado al “Temerario”, que tenía su base en el puerto de Pasajes y con el que navegó por aguas del Cantábrico y de las rías gallegas.

Permaneció Azarola en el “Temerario” hasta febrero del año siguiente, en que de nuevo fue nombrado ayudante del contralmirante Ricardo Fernández, en cuyo destino permaneció hasta Abril de 1903, fecha en que pasó a la situación de excedente forzoso. El día treinta y uno de julio, en la capilla de la Capitanía General de la Base de Ferrol se celebró la boda del alférez de navío Antonio Azarola y Gresillón con Carmen Fernández García, hija del contralmirante Ricardo Fernández Gutiérrez de Celis y de Dolores García Zúñiga, ambos naturales de Cuba. Contaban los novios con veintiocho años de edad. Casi dos años permaneció Azarola en esa situación de excedencia, regresando de nuevo al puesto de ayudante personal del citado contralmirante, ahora su suegro, en febrero de 1905.

Un año después, Antonio Azarola recibió el ascenso a teniente de navío, y en agosto empezó como alumno un curso de Electricidad y Torpedos a bordo del “Lepanto”, que duró nueve meses. Del “Lepanto” pasó a la “Cataluña”, donde permaneció tres meses. Durante un tiempo, desempeñó nuevos destinos de ayudante del Jefe de la Jurisdicción Central de Marina, en Madrid, que se alternaron con períodos de excedencia forzosa y una estadía de nueve meses en la Estación Torpedista de Cartagena.

El trece de mayo de 1910, embarcó en el acorazado “Pelayo”, donde permaneció un año aproximadamente. Al cabo de ese período, desembarcó con una licencia para asuntos particulares por unos meses. En agosto, pasó a desempeñar el puesto de ayudante personal de un vicealmirante y en septiembre del año siguiente, 1912, fue destinado como auxiliar a la Sección de Campaña en el Ministerio de Marina. Semanas más tarde, embarcó en el cañonero de primera clase “Infanta Isabel”, estacionado en Canarias, con el que navegó por aguas del archipiélago y de la costa africana.

A finales de noviembre de 1913 fue nombrado segundo comandante del cañonero “Lauria”, con base en Cartagena, partiendo para Alhucemas y haciendo crucero por la costa norte de África. En marzo, pasó destinado al Estado Mayor Central, en Madrid, donde permaneció mes y medio, embarcando a finales de abril en el cañonero “Vasco Núñez de Balboa” como segundo comandante. Durante los meses de verano y otoño, el cañonero realizó una campaña de operaciones oceanográficas en aguas de Baleares, Málaga y Cádiz, bajo la dirección de personal del Instituto Español de Oceanografía.

En el mes de junio de 1915, Azarola fue nombrado comandante del torpedero “Nº 42”, al mando del cual permaneció hasta recibir la orden de desarme del buque en octubre de ese mismo año. Pasó entonces destinado a la Comisión Inspectora, en Cartagena, a la espera de que le concediesen el mando de otro torpedero. Sería éste el “Nº 12”, que fue entregado oficialmente a la Marina el día 21 de enero de 1916, tomando entonces Azarola el mando del mismo y realizando las pruebas de mar. Sin perder el mando del torpedero, fue nombrado profesor de Electricidad para un curso de cinco meses de duración destinado a guardiamarinas de segundo año, curso que se dio a bordo del “Carlos V”. Al mando del torpedero “Nº 12” zarpó para Cádiz y Ferrol, realizando ejercicios por aguas de Galicia y quedando incorporado a la Escuadra. A bordo del acorazado “España”, Azarola dio también una serie de conferencias a los guardiamarinas.

En 1917 formó parte de una comisión de oficiales que, invitada por el gobierno alemán, viajó a dicho país y permaneció allí un mes. En agostó ascendió a capitán de corbeta y cesó en el mando del torpedero. Como profesor, siguió con las clases en el “Carlos V” y navegando con el “España”, donde se ocupaba de dar clases prácticas a los guardiamarinas. Permaneció en la misma situación durante 1919 y el tres de diciembre de ese año recibió el nombramiento de Jefe de la Estación Torpedista de Cádiz. En este nuevo destino estaría hasta agosto del año siguiente.

Azarola fue nombrado tercer comandante del “Reina Regente”, crucero protegido de segunda clase que había sido botado en 1906 y que recibió el mismo nombre que el desaparecido en el Estrecho en 1895. En septiembre, partió con dicho buque para otro crucero transatlántico que le llevaría hasta las remotas Islas Malvinas, con escalas en Las Palmas, Cabo Verde, Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires, Punta Arenas y Puerto Stanley. El regreso lo hicieron hacia Bahía Blanca y Río de Janeiro, donde pasaron el cambio de año. Cruzaron el océano sin novedad y el día uno de febrero fondearon en La Carraca. Desembarcó Azarola del “Reina Regente” para hacer un cursillo de tiro naval en Marín, de tres meses de duración, finalizado el cual, partió con el acorazado “España” hacia Inglaterra. A finales de noviembre, Azarola viajó a París para realizar los estudios de Radiotelegrafía en la Escuela Superior de Electricidad. Finalizado el curso el 28 de junio del año siguiente, 1922, y con el título de ingeniero radiotelegrafista en el bolsillo, aprovechó ese verano para hacer un viaje de prácticas por Europa.

De regreso en España y ascendido a capitán de fragata, en septiembre se le nombró Jefe del 4º Negociado, “Electricidad”, de la 2ª Sección del Estado Mayor Central. En el desempeño de ese puesto pasó todo el año de 1923 y parte del de 1924. A ese cargo tuvo que añadir el de Jefe del 2º Negociado en la sección de “Material”, compaginando ambos con la pertenencia a la sección de “Información”.

El once de mayo de 1925, Azarola fue nombrado Subdirector de la Escuela Naval Militar, por lo que cesó en los anteriores destinos en el Estado Mayor, reteniendo la vocalía en la Junta Técnica e Inspectora de Radiocomunicaciones.

El 24 de septiembre de 1926 pasó destinado al acorazado “Jaime I” como segundo comandante, puesto en el que permaneció hasta julio del año siguiente, en que se hizo cargo en el puerto de Barcelona del mando del moderno destructor “Velasco”. El “Velasco” había sido construido en Cartagena y botado recientemente, pertenecía a la misma serie que el “Alsedo” y el “Lazaga”, y desplazaba 1.164 toneladas. Dos semanas más tarde, Azarola partió con el “Velasco” para realizar un crucero de dos meses por el Mediterráneo. Visitaron Mahón, Ajaccio, Palermo, Atrax (puerto próximo a Atenas), Hydra, Spezia, Constantinopla, Constanza, Varna, Rodas, Famagusta, Chipre, Jaifa, Palestina, Alejandría, Malta, Túnez, Bizerta y Argel. El día dieciocho de septiembre fondeaban en Cartagena. Durante este viaje, Azarola fue condecorado por las autoridades de Grecia y Túnez.

El día tres de mayo de 1928 zarpó con el “Velasco” de Cartagena hacia las rías gallegas, con escalas en Ceuta y Cádiz. Permaneció en esas aguas hasta mediados de Julio, fecha en que recibió la orden de realizar un crucero por el Canal de la Mancha y el Golfo de Vizcaya con escalas en los puertos británicos de Plymouth, Portland y Portsmouth, y en los franceses de Cherburgo, Brest y Lorient. El último día de agosto estaba de regreso en Ferrol. A finales de septiembre, volvió con el “Velasco” para Cartagena y el 17 de noviembre entregó el mando del destructor y pasó a ocupar el destino de Ayudante Mayor del Arsenal de Cartagena.

En 1929 ascendió a capitán de navío y a mediados de febrero recibió el nombramiento de Jefe del Estado Mayor del Departamento Marítimo de Cartagena. Azarola acababa de cumplir los cincuenta y cuatro años de edad. Asistió en Marín a un curso de conferencias sobre guerra naval y el resto del año lo pasó en Cartagena desempeñando su puesto de Jefe de E.M.

El 23 de julio de 1930 tomó posesión en Ferrol del mando del acorazado “Alfonso XIII”, gemelo del “España” y del “Jaime I”, y pasó los meses de agosto y septiembre navegando por el Cantábrico y de maniobras por aguas gallegas. El resto del año, por aguas de Cartagena y del Estrecho.

En 1931, estuvo navegando por aguas de Cartagena y Baleares, con escalas en Tarragona y Valencia. Presenció en Cartagena la proclamación de la República el 14 de Abril y la salida del rey Alfonso XIII para el exilio a bordo del crucero “Príncipe Alfonso”. El día diecinueve de ese mismo mes, zarpó de Cartagena rumbo a Vigo, donde fondeó tres días más tarde; y de Vigo para Bilbao. Tres días estuvo el acorazado en El Abra bilbaína, regresando a Ferrol, donde quedó atracado el resto del mes de mayo. Azarola cesó como comandante del acorazado y el día treinta de junio tomó el mando en Cartagena de la flotilla de destructores, izando su insignia a bordo del “Sánchez Barcáiztegui”, navegando y realizando maniobras por aguas de Cartagena y Baleares.

1932 le trajo el ascenso al almirantazgo, nombrándole el gobierno contralmirante y eligiéndole el ministro de Marina, Francisco Giral, para desempeñar el cargo de Subsecretario del Ministerio, cargo del que tomó posesión el día 18 de abril. Azarola permaneció en ese puesto, a pesar de los cambios de ministros, hasta el mes de noviembre de 1933 en que cesó y pasó a la situación de disponible forzoso. Siendo subsecretario del Ministerio de Marina, le fue concedido por las autoridades francesas el título de “Comendador de la Legión de Honor”.

La mayor parte del año 1934 la pasó en esa situación de disponible forzoso, pero el gobierno no le había olvidado y el día tres de noviembre se hizo público su nombramiento como 2º Jefe de la Base Naval de Ferrol y Jefe de su Arsenal. Azarola sustituía en ese puesto al también contralmirante Indalecio Núñez, que pasó a desempeñar interinamente la Jefatura de la Base. El nombramiento de ambos apareció publicado en el Diario Oficial de la Marina de fecha siete de noviembre de 1934. Azarola estuvo en ese puesto hasta que Portela Valladares, el 31 de diciembre de 1935, le llamó para que se hiciera cargo del Ministerio de Marina. A ese Gobierno, el jefe del Estado y presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, le había señalado una única misión: la de convocar elecciones y garantizar la limpieza de las mismas. Azarola nombró jefe de su secretaría particular a su hermano Emilio, ingeniero de Caminos, que había sido diputado radical-socialista por Navarra en las Constituyentes de 1931. La Secretaría Técnica la encargó al capitán de corbeta Lucio Villegas y como Subsecretario del Ministerio designó al contralmirante Juan Muñoz Delgado. Por Decreto de fecha seis de Enero, Azarola nombró Jefe interino del Arsenal de Ferrol y presidente de la Comisión Inspectora del mismo, además de continuar como comandante de quilla de los cruceros en construcción “Canarias” y “Baleares”, al capitán de navío Francisco Moreno. De ahí su exclamación: “¡Pero usted también, don Francisco!” pronunciada al comprobar con asombro que Francisco Moreno estaba profundamente comprometido con la sublevación militar.

El mes que Azarola estuvo al frente del Ministerio de Marina consiguió sacar adelante, con la aprobación unánime de la Diputación Permanente de las Cortes, la construcción de dos destructores tipo “Antequera”, dos cañoneros, semejantes a los que se estaban construyendo para Méjico, cuatro barcazas y dos petroleras para el transporte de combustible y munición, y tres remolcadores. Con este plan no se trataba solamente de continuar mejorando la Marina, sino también evitar el cierre de los astilleros de Ferrol y Cartagena, con la consiguiente pérdida del puesto de trabajo por unos doce mil obreros especializados en la construcción naval. La situación era tan apurada, que cuando se aprobó ese programa de construcciones navales, las asociaciones obreras y el pueblo todo de Ferrol se volcaron en elogios y agradecimientos al ministro de Marina.

El programa aprobado establecía que los destructores y los cañoneros, por un importe de cincuenta y cinco millones de pesetas, se construirían en dos años en los astilleros de Cartagena y Ferrol por asignación directa. Mientras que las cuatro barcazas de 200 TM sin motor, las dos petroleras de 400 TM con motor y los tres remolcadores, uno de 1.200 HP y dos de 750 HP de potencia, por un importe global de más de seis millones de pesetas, saldrían a concurso entre los astilleros españoles.

Tras las elecciones de febrero que dieron el triunfo al Frente Popular, José Giral Pereira sucedió a Antonio Azarola al frente del Ministerio de Marina. Giral confeccionó un nuevo equipo para que le asistiese en el desempeño de las distintas funciones del Ministerio: de la Subsecretaría se encargó el general de brigada de Artillería de la Armada, Francisco Matz Sánchez; en la Secretaría Técnica puso al capitán de fragata Fernando Navarro Capdevila y al teniente de navío Pedro Prado Mendizábal; al frente de la Secretaría particular, a Horacio Gómez Ibáñez, y de ayudantes personales, al teniente de navío Julio Castro Cardús y al comandante de Infantería de Marina Ambrosio Ristori.

El veintiuno de febrero, Giral firmó el Decreto por el que se reintegraba al contralmirante Azarola a su destino como 2º Jefe de la Base Naval Principal de Ferrol, jefe de su Arsenal Militar y presidente de la Comisión Inspectora. Durante algún tiempo, Azarola desempeñó la jefatura de la Base al ausentarse por enfermedad el vicealmirante Calvar. Y el marino que en Madrid tanto empeño había puesto para que los obreros de la Constructora no se quedaran sin trabajo, siguió desde su puesto preeminente en la Base colaborando en la mejora de la ciudad departamental, proyectando obras que ayudasen a mitigar el paro obrero, como la nueva traída de aguas que se planeaba construir. La clase obrera y sus organizaciones sindicales, el alcalde socialista Santamaría, antiguo oficial de calderería en el astillero de la Constructora, el resto de la corporación municipal y de las organizaciones ciudadanas sentían hacia Azarola una mezcla de agradecimiento, admiración y respeto que la mayoría de los mandos militares no podían ni comprender ni admitir: por eso le fusilaron.

EL ALZAMIENTO EN FERROL Y LA DETENCIÓN DE AZAROLA

El contralmirante Antonio Azarola era el Jefe del Arsenal de la Base Naval Principal de Ferrol cuando generales y coroneles se aprestaban a sublevarse contra la República en aquellos días de Julio de 1936. Desde Azaña, presidente de la República, Casares, presidente del Gobierno, y Giral, Ministro de Marina, hasta el alcalde de Ferrol y los dirigentes del Frente Popular y de los sindicatos, pasando por las masas laboriosas y republicanas, las dotaciones de los buques de guerra y de las dependencias de la Base, todo el mundo, absolutamente todos, veían en Azarola al defensor del Estado que, con su vigilancia y determinación, impediría el triunfo de la agresión totalitaria que se barruntaba. La Base Naval, la ciudad y hasta Galicia toda parecían fiar su libertad y seguridad en manos de este marino.

Los conjurados de la reacción habían ido tejiendo su red hasta que la encontraron lo suficientemente densa y resistente para inmovilizar con ella a sus enemigos. Y esperaron su momento. El pueblo llano confiaba en sus dioses republicanos sin reparar en que la pólvora estaba cada vez más húmeda.

Antonio Azarola hacía unos meses que había regresado a Ferrol. Portela Valladares, en el breve gobierno que presidió para preparar la celebración de las elecciones en febrero de 1936, le había confiado la cartera de Marina. El contralmirante conocía bien Madrid y a la clase política republicana, pero aún conocía mejor el Ministerio. En sus más de cuarenta años de servicio activo, fueron varios los destinos que le tocó desempeñar en la Jurisdicción Central de la Marina. El último de ellos, como subsecretario del Ministerio de Marina con Giral de ministro. Otros ministros sucedieron a Giral, pero siguieron manteniendo su confianza en Azarola. El sector de la prensa madrileña que era contrario al gobierno decía de él que era el "factótum" del Ministerio de Marina y que tenía a los ministros como meros portavoces suyos. Azarola lo tomaba como cosas de la prensa y gajes de la política, nada importante, porque, en realidad, su eficacia y minuciosidad no habían dejado un resquicio para el ataque de los contrarios.

La dilatada carrera, los viajes por el mundo, el trato con gentes de diversas ideas y credos, y los años, sesenta y uno, le daban la vista larga y penetrante que tanto vale en la vida. Y, sin embargo, al reincorporarse a su destino de Segundo Jefe de la Base Naval de Ferrol y Jefe del Arsenal, me parece a mí que era incapaz de imaginar, siquiera, que entre marinos, entre los oficiales de alta graduación con los que se relacionaba a diario y cuyos destinos tantas veces el azar había entrelazado, imperasen la doblez y la deslealtad, precursoras de la traición y la crueldad.

Mes de julio, calor y vacaciones, o veraneo, como se decía entonces. El viernes día diecisiete llegaron al gobierno de la nación las primeras noticias de los movimientos insurreccionales que se desarrollaban en las plazas africanas. En el cielo azul del verano, un rumor muy lejano anunciaba la tormenta invisible que bajaba de las sierras del Rif y de las montañas de Navarra. Casares tal vez creyese que se encontraba frente a otra "sanjurjada" más que podría liquidar con la misma facilidad que la anterior: se equivocaba, no serían cuatro gotas, sino la tormenta del siglo. Porque los conjurados empujaban resueltamente a los jefes y oficiales a entrar en los despachos de los generales indecisos. Allí, frases manidas, gestos, poses y ademanes bastaron en unos casos para que el general accediese a firmar el pliego en el que ya le llevaban redactado el bando declarando el estado de guerra: ¡todo el poder para el Ejército! Y ellos se consideraban como los únicos amos del Ejército. El gobierno era un ente lejano, las pistolas de los conjurados una realidad cercana que reducía a los que se resistiesen a firmar. Mientras, un bimotor con el general receloso contorneaba sin prisa la costa marroquí.

Cádiz, Sevilla, Burgos, Valladolid, Zaragoza... El trueno de la guerra retumbaba por todas partes: ¿dónde están los grandes líderes, los elocuentes oradores de los discursos en campo abierto, los “lenines” españoles? El gobierno republicano era una peña de amigos reunida en el Ministerio de Marina que “combate” el golpe militar llamando a los sublevados por teléfono. Si no los convence con sus ofertas, los destituye más tarde por telegrama. ¡Telegramas! Días, semanas, meses antes hubieran servido para ordenar a la Guardia Civil la detención de media docena de generales y otra media de coroneles, ¡y asunto concluido! Pero no, a los próceres de la República no les importaba tener las cárceles llenas de presos gubernativos, siempre que se tratase de gente humilde, de gente del pueblo; pero molestar a los conspiradores, eso, de ninguna manera.

Mes de julio, mes de veraneo, la mitad de las dotaciones de la Armada estaban disfrutando el permiso estival. El propio contralmirante Azarola tenía planeado pasar unos días de vacaciones tomando baños en el Balneario de Cuntis. Una repentina enfermedad de su mujer le retuvo al mando del Arsenal. En la Base de Ferrol estaban los cruceros “Libertad”, “Miguel de Cervantes” y “Almirante Cervera”, este último en dique seco. El ministro de Marina, en la madrugada del sábado dieciocho, dictó órdenes para que zarpasen inmediatamente los dos primeros y pusiesen rumbo sur: ya se les darían instrucciones más concretas cuando estuviesen en alta mar. Idénticas órdenes se radiaron al acorazado “Jaime I”, que se encontraba carboneando en Vigo. El jefe de la Flota, vicealmirante Miguel Mier del Río, retrasó todo lo que pudo el cumplimiento de la orden y los barcos no largaron amarras sino veinticuatro horas después. El vicealmirante Núñez, jefe de la Base, probablemente por indicación de su jefe de Estado Mayor, capitán de navío Manuel Vierna, ordenó que se cerrasen todas las estaciones radio de buques y dependencias y se entregasen las llaves al comandante respectivo. En algunos casos, además, los oficiales inutilizaron la radio llevándose alguna pieza indispensable para su funcionamiento. Con esta medida trataban de impedir que las dotaciones pudieran tener información de primera mano de lo que estaba ocurriendo en el país y que se las previniese contra los intentos de la oficialidad de sumarse a la sublevación. El capitán de navío Manuel Vierna había sustituido al almirante Calvar en el puesto de Jefe del Estado Mayor de la Base y ahora, Giral, otra vez ministro de Marina, había destituido de su cargo a Manuel Vierna, pero éste continuaba en el desempeño de sus funciones. Vierna mantendría, sin embargo, abierta la estación radio central de la base, atendida por oficiales de su confianza, para conocer el desarrollo de los acontecimientos y poder comunicarse en clave con el resto de los comprometidos en la sublevación.

En Madrid, como se sabe, el Oficial 3º Radio, Benjamín Balboa, al conocer el desarrollo que tomaba la sublevación y comprobar la complicidad de sus mandos, se había apoderado de la Estación Radio del Estado Mayor de la Armada. Desde ella, y por medio de sus compañeros radiotelegrafistas en buques y dependencias de tierra, pudo mantener informadas a las dotaciones, conocer la situación real en cada momento y coordinar y animar el contragolpe. La actuación resuelta de Balboa fue decisiva para evitar que la mayoría de los buques de guerra cayesen en manos de los sublevados. Y de ahí el interés de los mandos en cerrar las radios e impedir el acceso del personal a ellas. Manuel de Vierna, el Jefe del Estado Mayor destituido que seguía en su puesto, ordenó el día diecinueve al capitán de corbeta Espinosa que cerrase las dependencias de la Estaciónde Radio de la Base y las del gonio de Carranza, y que el personal de esas dependencias pasase arrestado al Arsenal. Al parecer, dichas órdenes habían sido autorizadas por el Jefe de la Base.

El contralmirante Antonio Azarola, que levantó el arresto a ese personal, tenía que estar al corriente de lo que estaba ocurriendo. Palparía la tensión pero constataría la normalidad y mantendría y aconsejaría la calma en los departamentos de su mando. Sabemos que el objetivo de los conjurados era declarar el estado de guerra para que todo el poder pasase a sus manos y adueñarse así de ciudades, provincias y del país entero. Cualquier incidente, convenientemente exagerado, les serviría de coartada y si no, ya se lo inventarían ellos. Por contra, los mandos no comprometidos sabían que la declaración del estado de guerra era una facultad exclusiva del gobierno y trataban de mantenerse en la legalidad, resistiéndose a adoptar medidas provocadoras y desproporcionadas. Es así como hay que interpretar relatos y testimonios para poder comprender cómo se desarrollaron realmente los acontecimientos.

En la ciudad de Ferrol no hubo ningún incidente digno de mención, y en la Base, los marineros libres de guardia, salieron de permiso “francos de ría”. Cabe pensar que, como en el resto de las ciudades del país, los dirigentes de los partidos del Frente Popular y de los Sindicatos, enterados del levantamiento de las tropas de África, se reunirían con las autoridades municipales para analizar la situación y adoptar algún tipo de acuerdos. El domingo por la tarde, a las puertas de un cine, se produjo el famoso altercado entre paisanos y tres tenientes de Artillería que portaban su pistola reglamentaria. Estos tenientes no eran de la guarnición de la ciudad, sino que se encontraban en Ferrol en viaje de prácticas. Resultado: dos tenientes heridos de bala, al parecer por policías municipales, y un tercero que fue detenido y conducido a las dependencias del Ayuntamiento. No me consta el número de civiles heridos. Salieron entonces las primeras tropas a la calle: un capitán con quince hombres del Regimiento de Artillería de Costa nº 2. El piquete de soldados se presentó en el Ayuntamiento y se llevó por la fuerza al teniente allí detenido en medio de un abucheo general. El coronel Antonio Corsanego Waters-Horcasitas, que mandaba ese regimiento, tuvo que regresar apresuradamente de Coruña, donde se encontraba de vacaciones. El comandante militar de la plaza, general de Infantería Ricardo Morales, a su vez, ordenó que todas las tropas se retirasen de las calles y regresasen a sus cuarteles. En la Base, Manuel Vierna aprovechó el incidente para ordenar por su cuenta a las seis de la tarde que se pasase a la situación “C” de máxima emergencia.

El lunes, día 20, amaneció tranquilo en Ferrol y toda la masa obrera se incorporó a sus puestos de trabajo. Las dotaciones de los buques de guerra y de las dependencias de la Base desempeñaban sus cometidos con absoluta normalidad. Sin embargo, en Coruña, los conjurados con la sublevación ya habían dado los primeros y decisivos golpes: el general jefe de la VIII Región Militar, Salcedo Molinuevo; el general de la brigada de Infantería, Caridad Pita, y el coronel jefe del Regimiento de Artillería, Torrado Atocha, fueron detenidos y destituidos. Los coroneles Tovar, jefe del Estado Mayor de la División, y Martín Alonso, del Regimiento de Infantería Zamora nº 29 fueron la punta de lanza de los golpistas. Después de nombrar comandante militar de la plaza al coronel Enrique Cánovas Lacruz, declararon el estado de guerra. Las tropas comenzaron a desplegarse por la ciudad y a ocupar los puntos estratégicos venciendo focos de resistencia y cañoneando la sede del Gobierno Civil.

El jefe de la Base Naval, vicealmirante Indalecio Núñez, había recibido a las seis de la mañana una llamada telefónica del gobernador civil de Coruña para comunicarle que probablemente se declararía la huelga general, pero que no debía de preocuparse, y que seguramente también se declararía el estado de guerra. El vicealmirante Núñez discrepó de la conveniencia de declarar el estado de guerra “porque la población está muy tranquila e iba a provocar grave conflicto”. El gobernador le respondió que estaba al habla con las autoridades militares y creía que éstas declararían el estado de guerra. Tras esta conversación telefónica, el vicealmirante Núñez llamó al general Salcedo para que le orientara en todo lo referido a la declaración del estado de guerra y aprovechó también para decirle que, personalmente, encontraba disparatado el declararlo. El general Salcedo le respondió “que se alegraba mucho de oír su opinión porque precisamente en aquel momento se lo estaba exponiendo a una persona que estaba con él en su despacho (...)” ¿Se trataría de su jefe de Estado Mayor, teniente coronel Tovar? Se sabe que, poco después, el vicealmirante Núñez recibió otra llamada de Coruña, era el gobernador civil. Ahora le pedía que le enviase un buque de guerra y, tal vez por la urgencia, le sugería que podía ser un torpedero, “con objeto de bombardear la batería del treinta y ocho del monte San Pedro, la Capitanía General y el castillo de San Antón”. El vicealmirante le respondió que el torpedero no servía para esa misión y, en ese momento, la conversación se interrumpió, oyéndose un intenso fuego de cañón y fusilería y al gobernador decir que le estaban bombardeando. Como se sabe, otro torpedero, el “Nº 3”, participó en los combates contra los sublevados en San Sebastián.

Por lo que se ve, el vicealmirante Núñez no estaba decidido a declarar el estado de guerra, pero atendiendo a las indicaciones de su jefe de Estado Mayor convocó una reunión con los jefes de las principales dependencias de la Base y los comandantes del crucero “Almirante Cervera” y del destructor “Velasco”. En esta reunión estuvo presente el general Ricardo Morales, comandante militar de la plaza. Los capitanes de navío Manuel de Vierna y Francisco Moreno ya se habían reunido previamente con todos estos jefes, excepto Núñez y Morales, y de lo que se trataba ahora era de presionar al vicealmirante jefe de la Base para que se sumase a la sublevación y ordenase el despliegue de unidades de Infantería de Marina y de Marinería. Es el mismo esquema en todas partes: los jefes y oficiales comprometidos con la insurrección se reúnen con sus compañeros y luego van en grupo a “convencer” al jefe superior con el mismo leitmotiv: va a desencadenarse una revolución y hay que sacar a las tropas a la calle para impedirlo. Como recalcará el contralmirante Azarola, la normalidad en Ferrol era total y nadie se había quejado de ninguna falta de disciplina en las dotaciones de la Marina. El vicealmirante Núñez, en esa reunión, consintió que se pusiese en marcha el plan “C”, máximo grado de emergencia en la Base, previsto para una situación revolucionaria. El propio vicealmirante quiso dejar claro a todo el mundo en lo que consistía dicho plan “C” que, en resumen, era lo siguiente: “acuartelamiento general de las tropas con la orden de no salir a la calle sin previo aviso”. Tanto el gobernador civil como el alcalde de Ferrol habían sido puestos al corriente de estas medidas. Posteriormente, los insurrectos modificarían el contenido del citado plan “C” incluyendo en el mismo la acción conjunta con el Ejército y la ocupación de determinados sectores de la ciudad por compañías armadas de Marinería e Infantería de Marina.

A esas reuniones ni se le invitó ni acudió el contralmirante Azarola que, como se sabe, era el segundo jefe de la Base y jefe de su Arsenal. Azarola tuvo noticia de que se estaba celebrando dicha reunión y dos veces llamó por teléfono al vicealmirante Núñez para que viniese a conferenciar con él en su despacho para conocer su opinión, libre de coacciones, sobre lo que estaba ocurriendo. Pero Núñez no fue a verle. Antes o después, pero en esas mismas horas del mediodía, el subsecretario de Marina, general Matz, telefoneó desde el Ministerio al vicealmirante Núñez y le preguntó que con quién estaba. El vicealmirante eludió definirse claramente, pero afirmó que estaba con sus compañeros militares y que se solidarizaba con el Ejército. Al general Matz le pareció entonces que todo estaba ya claro. Desde Madrid, por teléfono y telégrafo, se transmitió la orden de destitución y el nombramiento del contralmirante Azarola como jefe interino de la Base. Debió de ser entonces cuando se produjo la conversación telefónica del ministro de Marina y Azarola. Esa conversación quedó grabada para siempre en la memoria de los que fueron testigos de la misma. Francisco Giral, hijo del titular de Marina en aquellos días de Julio de 1936, en entrevista realizada por Elena Aub en 1981, dentro del proyecto de historia oral del Archivo General de la Guerra Civil de Salamanca, dijo lo siguiente: 
“(...) pero en la Marina, una de las cosas más impresionantes que siempre recordará mi padre, y que yo tengo que volver a contar, es su conversación con el almirante Azarola, el jefe de la Base, de la Base Naval de Ferrol, que hablando con el ministro, teniendo en cuenta que el almirante Azarola era un navarro de nacimiento, extraordinariamente reaccionario; pero un caballero en todo el sentido de la palabra, ¿verdad?, como ha habido mucha gente, así; todavía no se les ha hecho bastante justicia. Por eso mi padre siempre recordaba esa conversación por teléfono con el almirante Azarola, diciéndole el almirante desde su puesto en la Base de Ferrol: “Señor ministro, estoy a sus órdenes; pero estar a las órdenes del ministro me va a costar la vida dentro de unas horas o de un momento, pero cuente usted con la adhesión del jefe de la base. Estoy sitiado desde tierra por los sublevados de tierra; pero la base está a las órdenes del ministro, como hemos jurado y hemos prometido.” ¡Un caballero, un caballero! (...)”
 Otro testimonio, complementario del anterior, procede del libro de Víctor F. Freixanes titulado “Unha ducia de galegos” (“Una docena de gallegos”). En las páginas del libro se cuenta cómo Ramón Piñeiro, secretario del Comité Provincial del Estatuto, en Lugo, fue testigo de la última conversación entre una autoridad civil de Galicia, el alcalde de Lugo, y el ministro de la Gobernación. El alcalde hablaba en nombre de los cuatro gobernadores civiles y había conseguido establecer comunicación con el ministro por medios extraordinarios, pues al haberse sublevado el Ejército en Valladolid las comunicaciones con Madrid habían quedado cortadas. Todas las propuestas de actuación del alcalde las desechaba el ministro de forma tajante: “no hagan nada, no tomen ninguna iniciativa, absolutamente ninguna. El almirante Azarola tiene ya instrucciones del gobierno y sabe lo que hay que hacer. Dejen todo en manos del almirante Azarola. No hagan nada, que nadie se mueva.”

No hay certeza, aunque parece muy probable que el general Morales, comandante militar de Ferrol, asistiese a la reunión de jefes de la Marina que se celebró en el despacho del vicealmirante Núñez. Lo que sí sabemos es que el resto de la mañana el general Morales la pasó reunido con jefes y algunos oficiales de los regimientos de Artillería y de Infantería. Morales no se decidía a declarar el estado de guerra. A primeras horas de la tarde de ese lunes día veinte, el general Morales convocó a una reunión de urgencia al coronel jefe del Regimiento de Artillería de Costa, que acudió acompañado de otros jefes y oficiales. En el despacho del general, en la Comandancia Militar, se encontraban ya otros jefes de cuerpo, además del teniente coronel Arias y el capitán de corbeta Suances. Estaba claro que Azarola les infundía respeto y su actitud les preocupaba, por eso los que estaban en la conjura no perdían oportunidad de exaltar los ánimos aunque para ello tuvieran que calumniar al contralmirante.

El contralmirante Azarola, por medio de su hijo, alférez de navío y segundo comandante del torpedero “Nº 7”, que se encontraba en dique seco, ordenó a su ayudante, teniente de Infantería de Marina Luis González Pubul, que se dirigiese al Gobierno Militar a fin de recoger un oficio urgente. Al mismo tiempo, es probable que hacia la una y media del mediodía, que era cuando entraban los trabajadores de la Constructora Naval tras el descanso para la comida, una mayoría no se reincorporase a sus puestos al conocer los acontecimientos que se estaba produciendo en Coruña y que se había declarado la huelga general. Estos trabajadores y parte de la población ferrolana se fueron concentrando pacíficamente en las inmediaciones de los astilleros. El Ayudante Mayor del Arsenal, capitán de fragata Ángel Suances, ordenó entonces que se cerrasen las puertas y se reforzase la guardia. Fue entonces cuando, al enterarse, el contralmirante Azarola procedió a anular esa orden y mandó que se abriesen otra vez las puertas para dar sensación de normalidad.

Hacia las tres de la tarde, comunicaron al contralmirante Azarola que un comandante de Artillería solicitaba entrevistarse con él de parte del general gobernador militar de la plaza. Se trataba del comandante de Artillería Miguel López Uriarte que venía desde el Gobierno Militar en compañía del ayudante del contralmirante, al cual, finalmente, no se le entregó el oficio, sino que se le explicó verbalmente su contenido. Al conocerlo, el ayudante de Azarola solicitó que le acompañara un jefe del Ejército para que fuera éste el que diera las explicaciones. ¿Qué clase de oficio sería ése que no se quiso entregar? ¿Sería el nombramiento de Azarola como jefe interino de la Base o una artimaña para obligarle a ir al Gobierno Militar y hacerle prisionero? No se conoce, pero a tenor de lo que declaró como testigo el vicealmirante Núñez en la celebración del consejo de guerra, el oficio contenía la orden de detención del contralmirante Azarola. El comandante López Uriarte calificó su entrevista con Azarola como “una misión de carácter diplomático”. Más o menos se sabe lo que este comandante venía a decirle a Azarola: el general Morales iba a declarar el estado de guerra pero deseaba conocer antes, por boca de Azarola, la actitud que adoptaría la Marina. Durante la mayor parte de la entrevista estuvo presente el capitán de fragata y Ayudante Mayor del Arsenal, Angel Suances Piñeiro. Al replicarle Azarola que no era a él a quien se tenía que dirigir con tal asunto, sino a la autoridad superior de la Base, vicealmirante Núñez, el comandante López Uriarte se extendió en toda una serie de consideraciones para tratar de justificar la declaración del estado de guerra. Azarola se dio entonces cuenta, y así lo manifestó, de que la misión que realmente traía este comandante era la de convencerle para que apoyase tal medida. El propio comandante López Uriarte tuvo que terminar por reconocerlo. En un momento dado, Ángel Suances, para estrechar más al contralmirante, le comunicó que unos auxiliares navales, vestidos de uniforme, acababan de ser agredidos por las turbas cuando se disponían a entrar en la Base. Probablemente se tratase de una invención más, pues de los tales auxiliares no se volvió a saber más, y durante el procedimiento del consejo de guerra ni se dio a conocer su identidad ni fueron llamados a declarar.

El contralmirante Azarola, después de conversar telefónicamente con el alcalde de Ferrol y, muy probablemente, con el vicealmirante Núñez, declaró al comandante de Artillería, para que se lo transmitiera al general Morales, que no podía sumarse a un acto que consideraba sedicioso, que se declaraba abstenido de dicho movimiento y que permanecería en su residencia a disposición de dicha autoridad, retirándose a sus habitaciones en calidad de detenido.

La reunión entre Azarola y el comandante López Uriarte debió de ser muy bronca. El destituido jefe del Estado Mayor, Manuel de Vierna, que a pesar de todo seguía desempeñando dicho cargo, declararía más adelante, durante la instrucción del consejo de guerra, que tuvo que ordenar al capitán de fragata Luis Vierna (hermano del anterior), destinado en las Escuelas de Marinería, “para que se trasladase al despacho de dicho señor (Azarola) y le hiciese deponer su actitud, aunque fuese por medios violentos..."los gritos y voces que dichos señores daban traslucían al exterior del edificio, siendo oídos por personal subalterno, cuya moral en aquellos momentos había que sostener y no deprimir con escenas como la citada (...)” Mi impresión es que fueron los capitanes de fragata Suances y Vierna los que efectuaron la detención de Azarola. Acto seguido, Suances tomó el mando del Arsenal y organizó el despliegue de las fuerzas sublevadas.

En las primeras horas de la tarde, tropas de los regimientos de Infantería y Artillería empezaron a tomar posiciones por las calles de Ferrol y a ocupar los puntos establecidos en el citado plan “C”, pero no se declaró el estado de guerra. Desde el Ayuntamiento, se lanzaron tres potentes voladores que anunciaron a la población que el Ejército se había sublevado. Algunos grupos de trabajadores, armados con unas pocas pistolas y alguna escopeta, provocaron conatos de resistencia con disparos desde las esquinas de las calles, mientras el resto del personal de la Constructora Naval abandona los talleres.

¿Qué ocurrió en la Base Naval? Hay que tomar con mucha cautela los relatos de los hechos porque o bien proceden de mandos comprometidos o que simpatizaban con la sublevación, o bien de personas que recogen lo que les contaron otras que no citan. Los pocos que no simpatizaban con los rebeldes y que por el puesto que desempeñaban podían tener un conocimiento amplio y una visión de conjunto de los hechos, contralmirante Azarola, capitán de navío Sánchez Ferragut, fueron fusilados. También fueron fusilados o murieron en los combates, la mayoría de los marineros, cabos y auxiliares que salieron en defensa de la República. Téngase en cuenta que, según detalla el historiador Xosé Manuel Suárez, en la comarca de Ferrol fueron ejecutadas al menos seiscientas cincuenta personas.

Hecha la advertencia, y a tenor de cómo se desarrollaron los acontecimientos, parece que está claro que la sublevación en la Base se inició al mismo tiempo que en la ciudad: se detuvo al contralmirante Azarola, se desplegaron las primeras fuerzas y se emplazaron ametralladoras por los puntos estratégicos que dominaban la Base. Los insurrectos contaban con las fuerzas de Infantería de Marina y poco más. Cuando se pretendió sacar una compañía de desembarco formada por marineros del acorazado “España”, los suboficiales y la marinería se dieron cuenta de que les querían llevar engañados para ocupar los objetivos que los insurrectos habían asignado a la Marina. Entonces, se rebelaron, dispararon contra los oficiales y se adueñaron del viejo acorazado, que era una especie de cuartel flotante. Del crucero “Almirante Cervera”, que estaba en dique seco, salieron también algunas secciones de marineros armados a tomar posiciones en los edificios próximos. Cuando se inició el tiroteo, hubo tal confusión que no se sabía bien quién disparaba contra quién y con qué finalidad. Entonces, los marineros del “Cervera” recibieron orden de regresar a bordo. Poco después, un grupo numeroso de civiles que había entrado en la Base se mezcló con marineros de la dotación y subieron al crucero. En esas horas, también se vieron marineros del “Cervera” por las calles de Ferrol portando sus armas reglamentarias y en una actitud clara de oposición al levantamiento militar.

Con el mando del Arsenal en manos del capitán de fragata Ángel Suances, ninguno de los buques de guerra surtos en la base se sumó a la sublevación. Solamente el destructor “Velasco”, que mandaba el capitán de corbeta Manuel Calderón, permaneció desde el principio hasta el final al lado de los sublevados. En el dique de la Campana se encontraba del torpedero “Nº 7” y era su comandante accidental el alférez de navío Antonio Azarola, hijo del contralmirante. Toda la dotación del torpedero se encerró a bordo y no participó en los combates. Hay un momento en esta tarde del lunes día veinte que parece que la sublevación va a ser dominada en la Base por las fuerzas de marinería adictas a la República. El capitán de navío Francisco Moreno, tras celebrarse la reunión de jefes con el vicealmirante Núñez, permaneció en el Estado Mayor de la Base dirigiendo los movimientos de las fuerzas que se habían sublevado y a las diez de la noche el vicealmirante Núñez le nombró jefe del Arsenal.

Mientras dentro de la Base proseguían los intensos tiroteos, en la ciudad de Ferrol las tropas del Ejército, al caer la tarde, habían rendido el Ayuntamiento y detenido al alcalde y a setenta personas más. Ocuparon al asalto la Casa del Pueblo y fueron eliminando, uno tras otro, los pocos focos de resistencia que quedaban. Pero hasta las cuatro y media de la madrugada del día veinte para amanecer el veintiuno no pudieron enviar refuerzos a los insurrectos de la Base Naval. En dos camiones blindados llegaron el capitán de navío Francisco Moreno con oficiales y soldados de Artillería e Intendencia, y varios cañones y morteros que se emplazaron inmediatamente para hacer fuego contra el “Cervera”. Uno de esos camiones blindados se utilizó a continuación para evacuar al contralmirante Azarola y a su mujer, que estaba enferma, alojándoles en las habitaciones particulares del vicealmirante Núñez. La tripulación del “Cervera”, aprovechando la oscuridad, consiguió abrir una de las válvulas que daban agua al dique para tratar así de ponerlo a flote y poder salir a fondear en lugar seguro. Una vez a flote, el “Cervera” tenía orden, radiada desde Madrid, de disparar sus cañones, incluso los de grueso calibre, contra las dependencias donde se hubieran hecho fuertes los insurrectos.

Desde la jefatura de la Base se solicitó al Comandante Militar que enviase al alcalde Santamaría, preso en el cuartel de Artillería, para que se dirigiese a la tripulación del “Cervera” y procurase convencerles de que se rindieran. El general Morales, primero se negó, pero poco después, aceptó la propuesta con la condición de que acompañase a Santamaría y estuviera siempre presente un jefe de Artillería. En un coche procedente del Gobierno Militar llegó a la Base el alcalde Santamaría con el teniente coronel Fano. En la Jefatura de la Base y en presencia de Fano y Núñez, se entrevistaron Azarola y Santamaría, pero a pesar de pedírselo el propio Azarola, Santamaría rechazó que tuviera ninguna influencia sobre la tripulación del “Cervera” y se negó a dirigirse a ellos.

Como es conocido, la llegada de unos hidroaviones de la base de Marín en apoyo de los sublevados y el ardid del falso mensaje de radio pidiendo en nombre del gobierno que se evitase el derramamiento de sangre, fueron factores que contribuyeron grandemente a la desmoralización de las fuerzas que sostenían la causa de la República. No obstante, el “Cervera” llegó a hacer varios disparos de cañón, algunos de ellos con los de 15,5, disparos que obligaron a los rebeldes a abandonar posiciones. Aunque, según parece, habían conseguido abrir la compuerta del dique, el crucero no llegó a salir del mismo. Allí, fue bombardeado por los hidros y artillería de los rebeldes, aunque sin consecuencias. Como temían sobremanera la acción del “Cervera”, se llegaron a cursar órdenes para que las baterías de defensa de costa de Montefaro estuvieran preparadas para disparar sobre él.

Al caer la tarde, en el crucero se izó bandera blanca y se pidió parlamentar. Desembarcó entonces el teniente de navío Sánchez Pinzón para entrevistarse con los jefes rebeldes. Acompañado por el capitán de navío Francisco Moreno, Sánchez Pinzón se presentó ante el vicealmirante Núñez para exponerle las condiciones de rendición, condiciones que fueron aceptadas. Entonces, el comandante, oficiales y la mayor parte de la dotación abandonaron el “Cervera”. Permanecieron a bordo del crucero parte de la marinería y del personal encargado del mantenimiento de las calderas junto con un grupo de paisanos. Estos fueron los que se rindieron horas después cuando se presentó para ocupar el buque el capitán de fragata Salvador Moreno con una sección de Infantería de Marina. En la madrugada del veintiuno para el veintidós se rindió la dotación del “España” y la Base Naval quedó ya en manos de los sublevados.

Una nota importante que conviene remarcar es que hasta las diez de la mañana del miércoles día veintidós no ordenó el Comandante Militar de Ferrol, general Ricardo Morales, que se declarase el estado de guerra y se fijasen en las calles los bandos con sus disposiciones.

Entonces, en Ferrol, como en el resto de la España que caía en manos de los sublevados, el régimen de terror que instauraban se asentaba en dos tipos de actuaciones complementarias: por un lado, la trágica farsa de los consejos de guerra con su epílogo de fusilamientos; por otro, los “paseos” que concluían con cuatro balazos en las tapias del cementerio o en la cuneta de la carretera. 



RELATO DEL ASESINATO DEL CONTRALMIRANTE AZAROLA

Del oprobio del consejo de guerra a la desalmada sentencia y la cruel ejecución.

Las actuaciones de la Jurisdicción de Marina contra Antonio Azarola están recogidas en la causa nº 19/36. En rollo aparte unido por cuerda a esta misma causa figura la instruida contra Antonio Santamaría López, alcalde socialista de Ferrol, otros dirigentes del Frente Popular y el auxiliar 1º de Oficinas de la Marina, Ramón Irazo Pérez de la Calleja.

El procedimiento contra Azarola lo inició el coronel auditor José García Rendueles, jefe de la Auditoría de la Base Naval Principal de Ferrol, mediante un oficio dirigido al vicealmirante jefe de la Base que estaba fechado a las once de la mañana del día veinticuatro de Julio, es decir, apenas dos días después de que cesase la resistencia en la Base. En ese oficio, en el que hay una velada acusación hacia el propio vicealmirante Indalecio Núñez Quijano, se dice lo siguiente:
“Excmo. Sr.: Habiendo llegado a mí noticia de que en la tarde del 20 del actual dos camiones ocupados por paisanos se presentaron en este Arsenal Militar requiriendo la entrega de las armas del mismo “en cumplimiento a lo pactado”; como Auditor y Jefe de los Servicios de Justicia de esta Base Naval, ruego a V.E. que con toda urgencia, tenga a bien manifestarme cuanto hubiese llegado a su conocimiento, sobre dichos hechos; las medidas que, en su consecuencia se hubiesen adoptado, y los motivos de no haberse dado cuenta de los mismos en el acto ni hasta este momento.”
Como el objetivo de los sublevados era fusilar a Azarola, García Rendueles se volcó en la tarea de fabricar los cargos y dirigir el proceso a tal fin. Nombró juez instructor al general de brigada de Infantería de Marina, Jesús Carro Sarmiento, el cual designó como secretario al capitán de Infantería de Marina Mariano Camazano Romo. Leyendo las actuaciones, una de las primeras impresiones que se saca es que el coronel auditor García Rendueles parece actuar como juez instructor, y el juez instructor, como su secretario. Las acusaciones que García Rendueles propaló y lanzó contra Azarola se referían a la presencia de esos dos camiones con obreros que, supuestamente, acudieron a la puerta del Arsenal para recoger las armas que el contralmirante Azarola se habría comprometido a entregarles. Téngase presente que tanto García Rendueles como el resto de jefes rebeldes no dejarían de estar informados de que el gobierno de la República ya había ordenado el domingo diecinueve la entrega de armas al pueblo para combatir la insurrección. Así mismo, García Rendueles acusó a Azarola de abandono de servicio frente a rebeldes y sediciosos, de ordenar la apertura de las puertas del Arsenal para que entraran los revolucionarios y de estar en connivencia con el alcalde socialista de Ferrol y las organizaciones obreras para repartir armas a los trabajadores en caso de que se declarase el estado de guerra.

De los doce testigos que prestaron declaración por escrito, ninguno pudo afirmar que había estado presente o había oído personalmente de labios del contralmirante Azarola las afirmaciones de las que se le acusaba. En este sentido, el día veinte de Julio, a las tres de la tarde, la guardia de la puerta del Parque estaba al mando del oficial 3º Naval, Guillermo Fojo, auxiliado por el cabo de Infantería de Marina Antonio Tojeiro; mientras que en la puerta del Dique estaban el oficial 3º de Artillería Salvador Querol y el cabo de Infantería de Marina Juan Sánchez. Estos cuatro testigos coincidieron en negar que se hubieran presentado camiones con paisanos para recoger armas. Sin embargo, contradiciendo a los anteriores, el capitán de fragata y Ayudante Mayor del Arsenal, Ángel Suances Piñeiro declaró que “próximamente a las dos y media de la tarde del día veinte se presentaron en la puerta del Parque dos camiones ocupados por paisanos pidiendo que se les facilitaran armas...” Al hacer esa declaración, Ángel Suances no solo apoyaba la acusación contra Azarola, sino que auto justificaba su decisión de cerrar las puertas del Arsenal, posteriormente revocada por Azarola. Casi al final de su extensa declaración, el juez instructor parece aconsejar a Ángel Suances que corrija el tiro y le repreguntó sobre el tema de los dos camiones, si los había visto él personalmente o se lo había contado el oficial de guardia. Ángel Suances recogió velas para afirmar entonces, contradiciéndose y contradiciendo al oficial de guardia en la puerta, que había sido éste quien se lo comunicó verbalmente...

El sábado, día veinticinco de julio, el juez instructor ofició al vicealmirante Núñez decretando la prisión incomunicada del contralmirante Azarola en las habitaciones que ocupaba en Capitanía General. El domingo por la mañana, García Rendueles dirigió a su vez un escrito al juez instructor, general Jesús Carro Sarmiento, para que citase a declarar al teniente coronel de Artillería, José Fano; al general Comandante Militar de la Plaza, Ricardo Morales; al jefe del Estado Mayor de la Base, Manuel de Vierna, y al vicealmirante jefe de la Base Naval, Indalecio Núñez, “para que manifiesten, como es cierto, que el contralmirante Azarola no se recataba de decir: que él por mediación y de acuerdo con el alcalde Santamaría ponía a disposición de los dirigentes de la huelga general revolucionaria, las fuerzas todas del Arsenal (subrayado en el original) caso de que se declarase el estado de guerra para sofocar dicha huelga; y que así lo había manifestado ya al Sr. Santamaría.”

El teniente coronel de Artillería, José Fano, en su declaración, fechada el lunes veintisiete, afirmó, entre otras cosas, que en la reunión celebrada en el despacho del general Morales oyó decir que “el general Azarola ya se había declarado en Cantón independiente y que había puesto en libertad a los detenidos o presos por orden del vicealmirante jefe de la Base, contraviniendo la orden dada por este último de estar detenidos; que había dicho el citado general Azarola que consideraba un acto de provocación la declaración del estado de guerra y que si éste se declaraba permitiría la entrada de todos los obreros en el Arsenal para armarlos, para lo cual estaba en inteligencia con el alcalde Sr. Santamaría; esto causó el estupor o asombro de muchos de los congregados,,,” El teniente coronel Fano confesó que no podía precisar si lo anterior lo había dicho el capitán de corbeta Suances (Pablo Suances Jaudenes).

El general Morales declaró que había oído las palabras citadas anteriormente en la junta de jefes que se celebró en la Base Naval, sin poder precisar quién las pronunció por no conocer a la mayoría de los marinos allí presentes. Por otra parte, el general Morales también dijo que en una reunión que tuvo anteriormente con el vicealmirante Núñez, se encontró con el contralmirante Azarola, y al hablar de una hipotética declaración del estado de guerra, Azarola ya manifestó su disconformidad con tal medida por considerarla ilegal al no emanar del gobierno constituido, por cuyo motivo, si éste se declaraba, él se inhibiría de todo y se encerraría en sus habitaciones del Arsenal por no estar conforme con tal determinación.

Tanto el vicealmirante Núñez como el capitán de navío Manuel Vierna tampoco pudieron afirmar haber oído al contralmirante Azarola pronunciar las frases famosas, pero Vierna aprovechó su declaración para añadir una nueva “acusación” contra Azarola: la de reunirse con frecuencia en su despacho con periodistas y obreros, y visitar a menudo al alcalde Santamaría, que era socialista, y tener amistad con el diputado Lorenzo; remachando todo ello al definir a Azarola como un hombre de izquierda avanzada y que le había conminado a dejar su destino de jefe de Estado Mayor (recuérdese que había sido cesado por el ministro de Marina).

El día veintinueve compareció ante el juez instructor el capitán de corbeta Pablo Suances Jaudenes al que se le formuló la siguiente pregunta: “Diga si delante del teniente coronel Fano y otros jefes y oficiales manifestó el declarante que el general Azarola consideraba un acto de provocación la declaración del estado de guerra y que, si éste se declaraba, permitiría la entrada de todos los obreros para armarlos, para lo cual estaba en inteligencia con el alcalde Sr. Santamaría.” Pablo Suances respondió que sí, que lo dijo a título informativo y en base a las noticias que llegaban al Estado Mayor y añadió que tenían noticia de que Azarola había hecho manifestaciones en el sentido de que no se obedeciesen las órdenes del Estado Mayor.

Ese mismo miércoles, día veintinueve, el contralmirante Azarola fue conducido al cuartel de Infantería de Marina, llamado de “Dolores”, donde quedó preso e incomunicado, bajo custodia del teniente coronel de dicho cuerpo Enrique de la Huerta. Presos e incomunicados en el cuartel del Regimiento de Artillería de Costa, a petición del mismo juez instructor, estaban desde el lunes el alcalde Santamaría y el concejal Morgado. El médico Jaime Quintanilla, socialista, que fue el primer alcalde republicano de Ferrol y presidía la Federación Socialista de La Coruña, se encontraba en igual situación a bordo del barco prisión “Plus Ultra”.

Al día siguiente, el general de Infantería de Marina, Jesús Carro, declaró procesado al contralmirante Azarola bajo la acusación de abandono de destino frente a rebeldes y sediciosos, y por estar en connivencia con el alcalde Santamaría para facilitarle armas y auxilios para la huelga general revolucionaria. El instructor consideró que estos hechos revestían los caracteres de un delito previsto y penado en el artículo 161 del Código Penal de la Marina de Guerra. Al notificársele el auto de procesamiento al contralmirante Azarola, se le volvió a tomar declaración. Azarola se ratificó en lo que ya tenía dicho, pero añadió que cuando el día veinte a las tres y cuarto de la tarde le visitó el comandante de Artillería para, en definitiva, “proponerle que se sumara a una rebelión militar en la que participaban todos los elementos de la Plaza. El que declara, no pudiendo sumarse a un movimiento del que, por otra parte, carecía de la menor noticia hasta aquel instante, y desconocía completamente su carácter, alcance y color, expresó a dicho comandante la imposibilidad absoluta en que se hallaba de romper los sagrados compromisos que tenía contraídos con el Gobierno de la Nación, pero que en vista de que dicho movimiento le parecía inspirado en altos fines, no se opondría en lo más mínimo a su desarrollo, considerándose inhibido del mismo y ofreciéndose al Sr. Gobernador Militar como detenido a su disposición desde aquel mismo momento, momento en que todavía el declarante no tenía la menor noticia de que se hubiese realizado el menor acto de agresión a nadie. Entregando el mando del Arsenal. Durante el resto del desarrollo de los sucesos cumplió lealmente su palabra de no tomar parte en absoluto en el curso de su desarrollo”. A todo esto añadió Azarola que “con referencia a la alusión que se hace de que el declarante haya podido estar en relación con el alcalde de Ferrol, Sr. Santamaría, para facilitar armas al pueblo, solo tiene que declarar que le parece tan monstruosa esa suposición que no encuentra palabras ni epítetos que aplicar al monstruo que haya imaginado tan sucio desatino (...)”.

Azarola nombró defensor al capitán de navío Francisco Moreno Fernández, “teniendo un esencial y verdadero interés en que dicho jefe sea su defensor”. Pero Moreno no creo que estuviese, precisamente, por la labor. Rechazó el nombramiento y comunicó al juez instructor que acababa de ser nombrado Jefe de la Flota y miembro de la Junta de Defensa Nacional, motivo por el cual tenía que partir inmediatamente para Burgos. Ese mismo día, tras conocer la renuncia de Moreno, Azarola nombró otro defensor. Se trataba del también capitán de navío Pablo Hermida Seselle, que sí aceptó el cargo.

El general Jesús Carro dio entonces por finalizada la instrucción y, tras redactar el resumen de lo actuado, hizo entrega del sumario en la secretaría de la Auditoría de la Base. Constaba éste de ciento dos folios útiles, que equivalen al doble de páginas, manuscritas en su casi totalidad. El auditor ordenó entonces que se suspendiera la causa respecto de las otras personas que pudieran aparecer relacionadas con la misma (alcalde Santamaría, concejal Morgado), y se prosiguiese “por el supuesto delito de abandono de servicio contra el contralmirante Azarola”, y que pasasen los autos al fiscal para que formulase sus conclusiones provisionales.

Era fiscal de la Base Naval Luciano Conde Pumpido, coronel auditor, que años más tarde formó parte del primer Tribunal Supremo de Guerra y Marina del franquismo. Conde Pumpido formuló sus conclusiones provisionales al día siguiente, treinta y uno de Julio, coincidentes básicamente con el auto de procesamiento, pero pidió que el contralmirante Azarola ampliase sus declaraciones en lo referido a las dos conferencias telefónicas que mantuvo durante la visita del comandante López Uriarte y otros puntos conexos. A juicio del fiscal, “procede imponer al procesado, Excmo. Sr. Contralmirante D. Antonio Azarola Gresillón la pena de muerte.”

Asistido por su defensor, el capitán de navío Hermida Seselle, Azarola compareció de nuevo ante el juez instructor y se volvió a ratificar en todo lo que ya tenía declarado, añadiendo solamente una serie de puntualizaciones. La primera, que durante la conversación con el comandante López Uriarte jamás prestó su asentimiento ni conformidad a la salida de las fuerzas a la calle. Azarola volvió a recalcar que su decisión era firme, pese a ver con simpatía los altos fines en que se inspiraba el movimiento militar. Llegado a ese momento de la declaración, Azarola aprovechó para lanzar un salvavidas a su propio hijo: ”hasta el punto de que uno de los adheridos al mismo es su propio hijo, alférez de navío y 2º comandante del torpedero 7, (que) estaba en los momentos críticos de más actividad en el ataque al Arsenal, a las órdenes del capitán de navío don Francisco Moreno”.

El alférez de navío Antonio Azarola Fernández se encontraba en las dependencias privadas del contralmirante, probablemente para comer junto con sus padres. No se sabe cuál fue su actuación al iniciarse los combates en la Base. La tripulación del torpedero nº 7, que se encontraba en dique seco, permaneció encerrada en el mismo sin tomar partido. Cuando el contralmirante Azarola y su mujer fueron evacuados en el camión blindado, parece que el contralmirante quería que fuese con ellos también su hijo, pero fue la madre la que se opuso y dijo que “Antoñito debía de correr la suerte de sus compañeros”. Días más tarde, el capitán de navío Francisco Moreno le nombró ayudante personal suyo, pasando, se supone, destinado a Burgos. El hijo del contralmirante Azarola había hecho la carrera de ingeniero eléctrico en Bélgica, en el Institut d’Electricité Montefiore de Lieja. En 1946 era capitán de corbeta y estaba destinado como comandante del submarino “C-2”. También fue profesor de la Escuela Naval de Marín y escribió un libro de texto sobre su especialidad, libro que estuvo vigente en el plan de estudios de la Escuela Naval durante muchos años.

Además, una sobrina del contralmirante Azarola, Amelia, hija del ingeniero Emilio Azarola, se había casado en octubre de 1931 con el famoso aviador Julio Ruiz de Alda, falangista de primera hora y presidente de la junta política de ese partido. Como se sabe, Ruiz de Alda fue asesinado en la cárcel Modelo de Madrid tras el asalto a la misma que tuvo lugar el día veintitrés de agosto de 1936.

Volviendo a la ampliación de lo ya declarado que hizo el contralmirante Azarola, éste reiteró que su actuación en nada había sido contraria al movimiento militar, “aunque sin participación activa en él por estimar que un compromiso de honor, de caballerosidad y de dignidad le imponía una adhesión incondicional al Gobierno de la República, del cual, por haber formado parte y convivido con varios de los elementos que en aquel momento lo constituían, entre ellos el Sr. Giral, al que entregó la cartera de Marina y con el que había sido veinte meses subsecretario (...)”. También aclaró que su negativa a sacar las tropas a la calle y declarar el estado de guerra no era debida a compromiso alguno con elementos populares o autoridades civiles sino a su propia experiencia, cuando el primero de Mayo de ese mismo año, siendo él jefe de la Base, se había convocado una huelga general, y de acuerdo con el gobernador militar solicitó al ministro de Marina autorización para la declaración del estado de guerra y “el Sr. Giral, ministro de Marina, en forma terminante, se lo prohibió, diciéndole que el estado de guerra no debía ser declarado nunca sin orden del Gobierno”. Azarola aprovechó también para aclarar que poco antes de la entrevista con el comandante de Artillería López Uriarte, le había telefoneado el vicealmirante Núñez para anunciarle que se decía que iban a detenerle, por lo que estaba obsesionado con esta idea. También en la conversación que mantuvo con el alcalde Santamaría para interesarse por la situación del orden público, el alcalde le dijo que tanto él como el gobernador civil de La Coruña creían que Azarola estaba detenido, a lo que él contralmirante respondió: “algo de eso hay”. Que cuando pronunció la frase “esto no es lo convenido” se refería a la declaración de la huelga general en Ferrol, toda vez que las instrucciones del Gobierno especificaban que no debía anticiparse tal declaración a la del estado de guerra, respondiéndole el alcalde que la huelga tenía el carácter de “expectante” y no se convertiría en revolucionaria si no se declaraba el estado de guerra. Azarola le dijo al alcalde que se consideraba detenido en su residencia a disposición de la autoridad militar. Lo mismo le manifestó después al comandante López Uriarte pidiéndole que lo notificase al gobernador militar, convencido como estaba de que la huelga era pacífica. Recalcó Azarola que cuando estalló el tiroteo en el Arsenal ya había resignado el mando y recluido en sus habitaciones como detenido. Al ser preguntado sobre el espíritu de indisciplina existente en las fuerzas del Arsenal y buques, Azarola volvió a repetir que no tuvo noticia alguna del menor acto de indisciplina y que los jefes de buques y dependencias no le habían remitido ni parte ni queja alguna. Llegados a ese punto, se dio por finalizada la comparecencia.

El auditor de la Base, García Rendueles, había señalado la fecha del dos de Agosto para la celebración del consejo de guerra, por lo que los sucesivos plazos de que disponía el defensor para los distintos trámites eran solamente de unas pocas horas. El capitán de navío Pablo Hermida, nada más recibir el auto de procesamiento, se dirigió, en primer lugar, al vicealmirante jefe de la Base solicitando la revocación o modificación de dicho auto, pues consideraba que su defendido había reasignado el mando y entregado el mismo por teléfono al Ayudante Mayor del Arsenal antes de que se produjera ningún hecho violento. Este escrito, fechado el treinta de julio, fue desestimado. Al día siguiente, se le entregó la causa completa para que en el plazo de ocho horas formulase sus conclusiones.

Al redactar sus conclusiones provisionales, Hermida Seselle argumentó, además de lo ya apuntado en las declaraciones del propio Azarola, que todos los mandos militares conocían con anterioridad la postura del contralmirante Azarola respecto a la declaración del estado de guerra y a sacar tropas a la calle, y que por conocerla bien ya no le habían invitado a asistir a la junta de jefes celebrada al mediodía del lunes veinte de julio en el despacho del vicealmirante jefe de la Base. Por la misma razón, desde el Estado Mayor se dieron órdenes sin someterlas a la previa aprobación del contralmirante Azarola, tales como el cierre de las puertas del Arsenal y el emplazamiento de ametralladoras y cañones de desembarco apuntando a las mismas. De igual modo, proseguía Hermida Seselle, había que interpretar la visita del comandante de Artillería Miguel López Uriarte, que no era para conocer lo que ya era conocido, sino para averiguar si Azarola se enfrentaría a la sublevación y detenerlo. El defensor pidió, como diligencias de prueba, que se tomase declaración al vicealmirante jefe de la Base en torno a una serie de cuestiones precisas y que se ampliase la del capitán de corbeta Pablo Suances.

El fiscal Luciano Conde Pumpido, por su parte, se ratificó en su acusación y ambos escritos de conclusiones, los de la defensa y el fiscal, fueron admitidos por el juez instructor. No obstante, el instructor declaró que no había tiempo para practicar las pruebas que proponía la defensa y envió la causa al auditor para que resolviese. El día uno de agosto, el auditor García Rendueles ordenó la celebración del consejo de guerra de oficiales generales y concedió tres horas a las partes para que realizasen todos los trámites. Admitió la prueba propuesta por la defensa, que se practicaría ente el propio Consejo de Guerra. Dio orden para que fueran también citados, por si el tribunal estimara oportuno que prestasen declaración, el Ayudante Mayor del Arsenal, Ángel Suances Piñeiro, y el capitán de fragata Manuel Arnáiz, secretario de la Comandancia de Arsenales.

A las nueve de la mañana del día dos de agosto de 1936, dio comienzo el consejo de guerra. Presidía el tribunal el contralmirante más antiguo de los designados como vocales, que lo era Aquiles Vial y Bustillo, y lo completaban los contralmirantes Victoriano Sánchez Barcaiztegui y Antonio Trullenque Iglesias, el general de Artillería de la Armada Manuel Vela Bermúdez, el general de Intendencia de la Armada Manuel González Lobato y el general de Sanidad de la Armada Faustino Belascoain Landa. Figuraban como vocales suplentes los coroneles Juan González González, jefe del Regimiento de Infantería Mérida nº 35, y Antonio Corsanego, jefe del de Artillería de Costa nº 2. Actuó como vocal ponente el comandante auditor de la Armada José Gómez de Barreda y como fiscal, el ya citado coronel auditor Luciano Conde Pumpido.

El consejo de guerra se celebró en audiencia pública en una sala del cuartel de Dolores habilitada a este fin. El contralmirante Azarola no asistió al mismo hasta el momento de la lectura de la defensa por el capitán de navío Pablo Hermida Seselle. Del acta en que se recogió el resumen de lo actuado en el consejo de guerra, lo más interesante son las declaraciones del vicealmirante Indalecio Núñez, jefe de la Base Naval. Respecto al asunto de las puertas, lo que el vicealmirante jefe ordenó a Azarola fue que se cerrasen las puertas de la Constructora Naval tan pronto como los obreros abandonaran el trabajo y fuerzas del “Cervera” se encargasen de la vigilancia de dichas puertas. Respecto a la puesta en libertad de los auxiliares radiotelegrafistas de la Estación Radio y del gonio, Núñez aclaró que Azarola le llamó por teléfono para decirle que esas detenciones habían provocado entre el personal mucha efervescencia y que convenía dejarlos libres, autorizándole el vicealmirante a ello. Pero más tarde, hacia las doce del día veinte, el jefe del Estado Mayor le dijo que los tenía allí detenidos y vigilados por fuerzas de Marinería e Infantería de Marina. Respecto a la detención del contralmirante Azarola, el vicealmirante Indalecio Núñez declaró “que a él le comunicó el Jefe del E.M. que el Gobernador Militar de la Plaza iba a ordenar que detuvieran al Sr. Azarola y que convenía decírselo a él, comunicándole por teléfono que se decía lo iban a detener, ocurriendo esto a raíz de terminar la Junta de Jefes, de una a dos de la tarde, y que ello fue bastante antes de declararse e iniciarse el tiroteo, ignorando el resto de la pregunta; que el Sr. Azarola contestó cuando le dijo que le iban a detener: “bueno, eso ya lo veremos”. Por último, Núñez dijo también que creía que Azarola estaba aún al mando cuando empezó la huelga, pero que no podía saberlo con certeza por estar cortadas las comunicaciones. En este punto, surge una duda: ¿qué comunicaciones estaban cortadas? No las del despacho del contralmirante Azarola, pues habló por teléfono con el alcalde. ¿Entonces, habrían dejado incomunicado al vicealmirante jefe de la Base en el momento clave de iniciarse la sublevación y los combates?

Declararon en contra de Azarola los capitanes de fragata Ángel Suances y Luis Vierna y el comandante de Artillería López Uriarte, mientras que otros dos testigos, el capitán de corbeta Manuel Arnáiz y el teniente coronel de Ingenieros Modesto Blanco nada significativo aportaron en sus declaraciones. El fiscal y la defensa dieron lectura a sus escritos y, a continuación, el presidente preguntó al acusado si tenía algo que alegar. El contralmirante Azarola debió de hacer una larga y apasionada intervención, pero quedó recogida de forma tan esquemática y deslavazada que no merece la pena reproducirla. Es una lástima que esta última intervención del contralmirante no hubiera sido tomada taquigráficamente y conservada como pieza histórica de gran valor.

Tras la intervención de Azarola, abandonaron la sala todos los asistentes, excepto los miembros del Consejo, que quedaron reunidos en sesión secreta para deliberar y dictar sentencia. En los “resultandos” y “considerandos” de la sentencia, escrita a mano en cuatro folios, tres de ellos por las dos caras, con letra que parece la del comandante auditor José Gómez de Barreda, se recogieron “a por b” todas las conclusiones del fiscal y se condenó al contralmirante Azarola a la pena de muerte.

El mismo día dos, el auditor José García Rendueles, aprobó la sentencia dictada y ordenó que antes de comunicarla al reo se pusiera en conocimiento del gobierno, radiándola a la Junta de Defensa Nacional, en Burgos, y devolviendo la causa al instructor para que continuase con toda urgencia la tramitación de los demás extremos. Al día siguiente, se recibió el telegrama con el “enterado” de la Junta de Burgos. El auditor ordenó entonces que se notificase al reo y que la ejecución tuviera lugar a las seis de la mañana del día cuatro.

Antes del amanecer, ya estaban en el lugar destinado a la ejecución, en la trasera del cuartel de Dolores, las fuerzas designadas, en formación, junto con el juez instructor y el secretario, el comandante médico y otros testigos. Formaban el cuadro un piquete de marineros, otro de infantes de Marina y otro del Regimiento de Infantería Mérida nº 35. A las seis en punto, conducido por el piquete de Marinería que le había estado custodiando, llegó el contralmirante Azarola. No llevaba uniforme y, tal y como había dicho y a pesar de lo ordenado, vestía de paisano. Le acompañaba el sacerdote que había pasado con él esas últimas horas. Colocado en el lugar estipulado, Azarola intercambió unas últimas palabras con el sacerdote. El piquete de Marinería que le daba frente fue el encargado de fusilarle. Tras la descarga, el cuerpo fue examinado por el comandante médico, que certificó su muerte. Entonces, las bandas de música tocaron marcha y las fuerzas desfilaron por delante del cadáver dando vista a éste.

El cuerpo sin vida del contralmirante Azarola fue conducido al cementerio en una ambulancia, haciéndose cargo de él, en nombre de la familia, su defensor en el consejo de guerra, el capitán de navío Pablo Hermida Seselle. En la actualidad, los restos del contralmirante reposan en el cementerio de Villagarcía de Arosa junto a los de su mujer, fallecida en Febrero de 1947.

El capitán de navío Pablo Hermida Seselle, que había sido nombrado director de la Aeronáutica Naval en noviembre de 1933, tras el consejo de guerra contra Azarola fue residenciado forzoso en Lugo y en los estadillos de la Armada de 1942 ya no estaba en servicio activo, sino en la reserva

Pero no pararon ahí las desgracias del contralmirante. Aún después de muerto, sus enemigos no se privaron de acusarle de enriquecimiento ilícito. Su hijo, Antonio Azarola Fernández, finalizada ya la guerra, tuvo que defender el honor de su padre ante el Tribunal de Responsabilidades Políticas y demostrar su inocencia frente a esta postrera acusación. Después de buscar y rebuscar, se pudieron presentar los documentos que acreditaban que las acciones y títulos bursátiles procedían de la herencia recibida por la mujer del contralmirante Azarola, hija de un almirante de la Armada. 


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Ferrol homenajea a Antonio Azarola, militar republicano y defensor de los astilleros
(El País 05/02/2011)

Fue un acto sencillo, celebrado a media tarde frente a Capitanía Marítima, al que asistieron medio centenar de personas, entre los que se contaban una decena de nietos y bisnietos de Azarola, "emocionados y muy agradecidos" a la corporación que rescató del olvido institucional la figura de su "abuelo robado". "Estamos haciendo justicia", manifestó el alcalde, Vicente Irisarri, orgulloso de oficiar un acto que justifica toda la legislatura". El regidor socialista, escoltado por ediles de IU y del BNG, descubrió la placa que rebautiza, con el nombre de Azarola, un espacio antes dedicado al militar franquista Pedro Fernández.

De izquierda a derecha, Manuel Carballeira, miembro de Fuco Buxán;
Antonio Azarola, nieto del homenajeado,
 y el alcalde Vicente Irisarri. G. TIZÓN









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