Hoy quiero hacerme eco de un artículo publicado el seis de septiembre de 2009 en el Diario de Burgos.Nos cuenta de forma resumida el papel que el buque de bandera francesa Sinaia tuvo en el transporte de los españoles republicanos que partían en busca del exilio huyendo de la represión franquista.
El Sinaia era un vapor, construido en astilleros ingleses, botado en 1924, actuó como madrina la reina Maria de Rumanía, y su nombre es en homenaje a la ciudad rumana donde tenia su residencia la reina. Estuvo siempre dedicado al trasporte de viajeros, operado por la Fabre Line de Marsella, en un principio cubriendo la ruta Marsella-NewYork. En noviembre de 1942 fue requisado por la alemania nazi y convertido en barco hospital. En 1944 fue echado a pique por los alemanes ante Marsella para servir como bloqueo. Finalmente, finalizada la contienda, en 1946, fue reflotado y desguazado.
Con una eslora de 112 metros desplazaba 8.567 toneladas. Su velocidad máxima era de 12 nudos. Tenia capacidad para 654 pasajeros.
EL BARCO DE LA TRISTEZA
R. Pérez Barredo / Burgos - domingo, 06 de septiembre de 2009
Dicen que al atravesar el Estrecho de Gibraltar se les apareció ante los ojos el perfil de la costa española, y que quienes se apostaban en la cubierta no pudieron evitar ni las lágrimas ni alguna que otra blasfemia entre dientes. El buque Sinaia alcanzó aguas atlánticas dejando tras de sí una larga estela de tristeza y melancolía que ya no se borraría nunca. La embarcación había partido de los muelles de Sète, en el sur de Francia, con rumbo al exilio. El destino era México. El país gobernado por Lázaro Cárdenas fue el primero en abrir generosamente los brazos a la marea de refugiados españoles que, huyendo del horror de la guerra, se hacinaban humillados y a la intemperie en los campos de concentración franceses. El paquebote con nombre de una aristocrática ciudad rumana fue el primero de los cientos que, durante meses, realizaron desde diversos puertos de Europa la misma travesía desconsolada.
Sin saberlo, el Sinaia se convirtió en el buque insignia del exilio, toda vez que a los 1.600 españoles (307 familias compuestas por 953 varones, 393 mujeres y el resto niños menores de 15 años) que llegaron al puerto azteca de Veracruz hace ahora 70 años les siguieron varios miles más, atraídos por la generosa y esperanzadora oferta de Lázaro Cárdenas de que hallarían en esa tierra hermana un futuro que el fascismo les había arrebatado en la propia. La política de asilo de México fue la única mano tendida que recibió el gobierno republicano. En la embarcación había mujeres, hombres y niños de todo tipo y condición, si bien destacaba el alto número de intelectuales que consiguieron un pasaje. Eligio de Mateo, sobrino de Manuel Azaña, recordaría años después que aunque había obreros cualificados y campesinos, resultaba llamativo el alto número de «cerebros». Así, había catedráticos de universidad e instituto, escritores, poetas, artistas, algún que otro político de segunda fila...
A este nutrido grupo pertenecían los tres pasajeros burgaleses que consiguieron embarcar en el Sinaia. Eran Eduardo de Ontañón, escritor, periodista y agitador cultural en el Burgos de los años 30, y el diputado nacional por esta provincia de Izquierda Republicana Moisés Barrio que viajaba junto a su esposa, Dionisia Moreno. La travesía duró 19 días. El Sinaia había sido construido en 1924 en astilleros ingleses y había cubierto numerosas rutas por todo el mundo, como la Marsella-Nueva York, o llevando grupos de peregrinos a La Meca o de soldados a las colonias africanas. Aunque hubo serios problemas de hacinamiento, el triste viaje de los refugiados españoles fue sosegado e incluso ameno gracias al espíritu de camaradería que reinó a bordo. A todos les unía la desgracia de abandonar su país, quizás para siempre, e hicieron de la necesidad virtud para, entre todos, amortiguar la sensación de dolor y tristeza por el terrible desgarro sentimental.
Como recordaría Eligio de Mateo, «en el Sinaia no hubo antagonismo ni fricciones, sino una gran fraternidad que continuaría luego en el exilio. Éramos como una gran corporación perfectamente unida, en la cual los éxitos de uno eran celebrados por todos y los padecimientos, acompañados por todos». En aquel primer viaje, organizado por el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE) en colaboración con Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles (CTARE), que a bordo estuvo representado por la mexicana Susana Gamboa, se vivieron un sinfín de acontecimientos que se vivieron a flor de piel, incluidos defunciones y nacimientos. Al menos una mujer dio a luz a una niña, a la que bautizaron con el nombre de Susana Sinaia Caparrós.
Una gran actividad
El Sinaia se convirtió en una comunidad viva, que desarrolló numerosas y sorprendentes actuaciones durante el tiempo que duró el viaje. Por ejemplo, los intelectuales (periodistas, escritores y artistas) confeccionaron gracias a un mimeógrafo un periódico diario que daba cuenta de noticias captadas por radio y de cuantos sucedidos se producían a bordo, así como un capítulo dedicado a explicar las políticas del presidente Cárdenas. Dirigido por Juan Rejano y con la colaboración de Ramón Iglesia, Manuel Andújar, Juan Varea, José Bardasano, el gran poeta Pedro Garfias o Eduardo de Ontañón, entre otros, el Sinaia, diario de la primera expedición de españoles republicanos a México se convirtió en una útil y entretenida herramienta de información.
Pero hubo más: todos los días había reuniones y se celebraban conferencias sobre temas generales de historia, geografía, sociedad, economía y política de México. El burgalés Ontañón, que viajó acompañado de su mujer, la también escritora Magdalena Martínez Carreño, ofreció una titulada Vida artística y literaria de México. Para contrarrestar cualquier rapto de amargura, ni siquiera faltó la música. La Banda Madrid, en realidad la antigua banda del 5º Regimiento, dirigida por el maestro Oropesa, amenizó cada jornada con música española: pasodobles, zarzuelas, emotivas piezas regionales hicieron más llevadera la travesía.
La llegada
El Sinaia hizo únicamente dos escalas, aunque a los pasajeros no se les permitió pisar tierra. La primera fue en la isla de Madeira y la última, antes de llegar a su destino, en Puerto Rico, donde otros exiliados españoles, advertidos de la escala, hicieron llegar a bordo dinero y comida. Fue un día luminoso el 13 de junio de 1939, y aunque la tristeza había viajado en el corazón de cada refugiado español, el recibimiento que los veracruzanos dispensaron a aquella marea de hombres, mujeres y niños sería inolvidable. Miles de personas les esperaban en los muelles, las mujeres con faldas azules y camisas blancas y rojas; los hombres estrictamente vestidos de blanco tropical. Todos portaban pancartas de bienvenida, de ánimo y esperanza.
Ignacio García Téllez, ministro de Gobernación, consoló la pena española con un discurso hermoso. No os recibimos como náufragos de la persecución dictatorial a quienes misericordiosamente se arroja una tabla de salvación, sino como a defensores aguerridos de la democracia republicana y de la soberanía territorial, que lucharon contra la maquinaria opresora al servicio de la conspiración totalitaria universal. El Gobierno y pueblo de México os reciben como a exponentes de la causa imperecedera de las libertades del hombre. Vuestras madres, esposas e hijos, encontrarán en nuestro suelo un regazo cariñoso y hospitalario.
Realmente fue así: México se convirtió en el país que mejor acogió a los españoles que huyeron de la represión y la muerte tras la Guerra Civil. Entre aquel año de 1939 y 1942, cerca de 30.000 lo hicieron. De éstos, la mayoría desarrolló una actividad intelectual y laboral intensa e importantísima que sirvió para enriquecer y contribuir notablemente al desarrollo del país azteca. Eduardo de Ontañón fundó la editorial Xochitl, donde publicó biografías de insignes personajes mexicanos, y colaboró en numerosos periódicos, como El Nacional. El periodista burgalés regresó a España en 1948 y falleció en Madrid un año después. Moisés Barrio, que era ingeniero de caminos, canales y puertos y hablaba varios idiomas, participó en la construcción de infraestructuras trabajó como profesor de la Universidad Politécnica de la capital mexicana. Ya muy enfermo, regresó a España en 1975, expirando casi a la vez que el dictador que le había precipitado durante cuatro décadas a un largo y terrible exilio. Ellos al menos regresaron para morir. Otros no lo hicieron nunca. (A Fernando Ortega Barriuso).
*Fuentes: Palabras del exilio. Concepción Ruiz-Funes Montesinos y Enriqueta Tuñón. Biblioteca Miguel de Cervantes. El Sinaia, buque insignia del exilio. Asunción Doménech. La aventura de la Historia.
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