En enero de 2009, Manuel Rolandi Sánchez-Solís, investigador histórico, descubre entre los papeles guardados por su padre, Enrique Rolandi Gaite, oficial destinado en el crucero "Canarias" durante la Guerra de España (1936-1939), una serie de documentos escritos por un marino republicano sobre los bombardeos aéreos de Cartagena y la voladura del acorazado "Jaime I". Los documentos relacionados con la explosión producida en el acorazado, están representados por dos cuartillas mecanografiadas, dentro de un sobre dirigido al "Camarada Augusto Pérez", embarcado en el crucero "Libertad". Estos documentos carecen de firma, por lo que no puede acreditarse su autoría, aunque queda claro que el autor es uno de los supervivientes a la explosión.
Mucho se ha escrito y especulado sobre los motivos que provocaron la explosión que se produjo en el "Jaime I" el 17 de junio de 1937, mientras se encontraba atracado en el puerto de Cartagena. Son varios los testimonios de otros supervivientes y testigos, entre ellos el del Comisario General de la Flota, D. Bruno Alonso. Existen varias versiones e hipótesis de lo sucedido, entre las que destaco el trabajo llevado a cabo por el historiador Pedro Mª Egea Bruno, de título "Contribución al estudio de la Flota Republicana durante la Guerra Civil: La voladura del acorazado Jaime I en el puerto de Cartagena", publicado en Mugertana, núm:93 (1996). En este otro enlace: "La explosión del Jaime según Benavides" se aportan datos que apuntan a que dicha explosión fue un acto de sabotaje.
Los documentos aportados por Manuel Rolandi nada aportan al esclarecimiento de los motivos de la explosión, no obstante el indudable interés de los mismos recomienda su difusión, y a tal fin lo transcribo a continuación:
Los documentos aportados por Manuel Rolandi nada aportan al esclarecimiento de los motivos de la explosión, no obstante el indudable interés de los mismos recomienda su difusión, y a tal fin lo transcribo a continuación:
Recreación del "Jaime I" (Imagen: domestica.org) |
17 de junio.
Día trágico para la Marina Republicana. Me encontraba a bordo del “Jaime I” dando clase a varios compañeros en la casamata número ocho cuando una explosión, percibida más por sus efectos que por el ruido que suele acompañarlas, me empujó en unión de los compañeros hacia el mamparo de popa de la casamata, donde permanecimos unos instantes en la más completa obscuridad y notando como aumentaba la producción de gases al oír unos ruidos parecidos a los que se originan en una botella o tubería de aire comprimido cuando por rotura u otra causa sale el aire al exterior a través de un orificio relativamente pequeño si se le compara con la presión del aire.
La atmósfera era irrespirable a consecuencia principalmente de la gran cantidad de carbón que, finamente pulverizado contenía; también contenía humo, pero sin que se percibiese olor a pólvora. Pasó por mi imaginación la idea de una potente bomba de aviación sin embargo la conmoción notaba no era tan violenta como suelen ser las producidas por bombas o proyectiles. A tientas me acerqué al cañón de popa para ver si por alguno de los huecos que dan al exterior se podía respirar mejor, observando que por los correspondientes a los anteojos no solamente no entraba aire, sino que aún salía humo y polvillo de carbón de la casamata, por lo cual la respiración se hacía allí todavía más difícil; bajé de la plataforma del cañón y buscando aire más respirable , me agaché a la parte inferior del mantelete, pareciéndome que entraba algo de aire del exterior por el resquicio que hay entre el mantelete, móvil horizontalmente con el cañón, y el costado, debido a lo cual se respiraba algo mejor. Indiqué a los demás que aquello pasaría y procurasen mientras tanto respirar lo mejor posible por la nariz; se notó un pequeño aumento de la presión y temperatura, dando la impresión de que algún incendio se había producido, en cuyo momento supuse que no era bomba de aviación el origen de aquello; no obstante, unas explosiones que se empezaron a oír y que producían alguna sacudida en el buque me hicieron nuevamente dudar al creer que eran disparos contra aviones.
Continuaron las explosiones y al ver que el aire era cada vez más irrespirable abandoné la idea de los aviones y supuse que era algo más grave, por lo cual dije a los demás: “Hay que procurar salir de la casamata; yo se donde está la puerta y veré si por ella se puede salir”; me acerqué a ella pero la salida no era fácil, pues la puerta era precisamente una de las entradas de humo y carbón, de modo que salir era peor. Dije: "Por la puerta no se puede salir, hay que buscar otra salida”. “No hay salidas" –oí–; "bueno, pues intentemos sacar un cañón de batería, tal vez si lo logramos rápidamente podamos salir por la tronera antes de que sea demasiado tarde".
Pronto, sin embargo, hube de convencerme de que aquello era más fácil decirlo que hacerlo, pues en medio de aquella obscuridad que no permitía dar un paso con seguridad, al buscar febrilmente las herramientas tropezábamos unos con otros y con todo menos con lo que buscábamos; esto unido a la asfixia que ponía en aprieto nuestras vidas, determinaba una confusión que me hizo pensar que si no había otro procedimiento para salir, bien perdidos estábamos. Las explosiones se sucedían, y en medio de este caos, notamos otra especie de onda explosiva débil, que nos envolvió, y al pasar unos instantes oí decir: “parece que por allí se ve algo de luz o salida de humo”. Y pensé: A ese pobre hombre la asfixia ya lo ha privado de la razón; no obstante miré como los demás en todas direcciones y no vi nada, pero al pasar escasamente un segundo me pareció que también lo veía hacia proa de la casamata; allí me dirigí y ya había dos o tres cuando llegué, uno de los cuales precisamente al tratar de saltar puso un pie en el vacío y seguramente hubiera caído de no encontrar con los brazos los cuerpos de los compañeros, a los que se aferró fuertemente, evitando así la caída.
En efecto, allí había una escotilla de carbonear abierta, por la que entraba una débil luz, y en el piso de la casamata estaba la otra escotilla debajo de la anterior, por la que estuvo a punto de caer aquel compañero; ayudándonos unos a otros pudimos salir todos, y al preguntar desde arriba si quedaba alguno más y no obtener contestación, cada uno se fue por su lado, yo me dirigí a la toldilla, desde donde salté a la barandilla y de allí a un bote que, como se abrió en aquel momento, caí al agua y nadé hasta el malecón, donde después de ayudar a transportar algún herido, cogí el chinchorro de a bordo que me trajo al “Libertad”.
El "Jaime I" en la primavera de 1936 |
Estado de la torre nº3 después de la voladura (Imagen: ascnaval) |
Benito Sacaluga
Fuente:
" Algo más sobre los bombardeos de Cartagena y la voladura del acorazado Jaime I ". Manuel Rolandi Sánchez-Solís. Cartagena Histórica nº 31.Octubre-Noviembre 2009.
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