(1) Desde finales de julio de 1937, la F.A.I. había perdido posiciones en la mayoría de los buques, menos en uno, la nave capitana, el “Libertad”, donde, por el contrario, las acrecentó. El aumento de la fuerza política del “Libertad” produjo en el “Jaime I” un sobresalto que se tradujo en la práctica de un antianarquismo violento que, si no obligó a capitular al crucero, le bajó los ánimos.
No hubo conjura. Se aprovechó un estado generalizado de ánimo, del que se contagiaron numerosos confederales desencantados de la autodisciplina y opuestos a las aspiraciones anarcosindicalistas que pretendían cantonalizar la Flota y que uno de los suyos fuese el ministro de Marina. Pero una vez realizada la desintoxicación libertaria, Bruno Alonso, estimulado por el ministro y con el favor y la aquiescencia del jefe de la Base, se soltó su pelambrera prietista y las medidas de higiene se convirtieron en un vapuleo frenético contra los cabos y marinerías.
La falta de cautela, el moderado uso de la inteligencia, la imposición de criterios irreductibles – “El ministro es infalible; todos sus nombramientos son acertados”- , la desidia en la vigilancia, la teoría de los “aprovechables”, la obstinación en el error, la propaganda derrotista… todo parecía encaminarse a suprimir o anular a los cabos y marineros de julio, mientras las dotaciones comprobaban que muchos mandos se daban a futuros traidores, que a Scharfhaussen, coautor del asesinato de Marchante, se le hacía comandante del “B-6”; que Mariano Romero, Lara y Dorda, Carlos Barreda, Núñez de Castro y tantos y tantos recibían mandos de buques; que José Balboa, nombrado por Antonio Ruiz secretario de la subsecretaría, era jefe del “Socorro Blanco”, que Agulló, designado jefe del Estado Mayor de las Fuerzas del Cantábrico, era faccioso, como su jefe Navarro; que la explosión y pérdida del “Jaime I” se preparó dentro del acorazado, que el Ministerio, en fin, era un reducto en el que se emboscaban espías y traidores.
Y, sin embargo, y a pesar de todas esas calamidades que la pasión y la estupidez acumularon sobre la Flota, ésta se mostró siempre superior al adversario por el valor y la técnica de sus hombres. Ni por casualidad, en el transcurso de la guerra se atrevió la Marina facciosa a desafiar a Cartagena, muchas veces bombardeada, nunca por el marino rebelde, sino por la aviación italo-alemana.
(1) La Batalla del Anarquismo, en “La Escuadra la mandan los cabos” de Manuel Domínguez Benavides. Ediciones Roca SA. México. 1976
No hay comentarios:
Publicar un comentario