En los primeros momentos de la sublevación militar el crucero "Almirante Cervera" se encuentra en Ferrol, en dique seco, siendo uno de los primeros buques facciosos alistado y operativo en esa zona. Al mando del capitán de fragata sublevado Salvador Moreno pasó a las costas asturianas, más concretamente a las costas de Gijón, en apoyo de los sublevados del Cuartel de Simancas, sede entonces del Regimiento de Infantería de Montaña “Simancas” n.º 40. Su primer ataque a un barco de bandera republicana lo lanza contra el mercante “Arriluze” de 3.200 toneladas, matricula de Bilbao, de la Cia. Marítima Catalana S.A requisado en julio de 1936 por el Gobierno de la República. El "Arriluze" fue construido en los astilleros Wood, Skiner & Co de Newcastle (GB) y bautizado como "Kilsyth" entregado a la compañía naviera Willian Blair & Co de Glasgow en 1892. En 1899 es vendido a la bilbaína Uribe y Equiraun y rebautizado "Arriluze". En 1919 cambia nuevamente de dueño al ser vendido a la Cia. Marítima Catalana, S.A., donde presta servicio hasta la fecha en que es incautado por el Gobierno de la República. Un total de 44 años en servicio a la fecha de su pérdida. Tenía 83,8 metros de eslora, 11,4 de manga y 5,5 de puntal. Su propulsión se conseguía a través de una máquina de vapor alternativa de triple expansión, utilizando carbón como combustible para su caldera.
El 20 de agosto de 1936, a la altura de Cabo Negro (Asturias), el mercante, totalmente desarmado, fue cañoneado durante horas por el “Almirante Cervera” y el bou “Tritonia”, dejándolo partido en dos, quedando encallado sobre estribor.
Según nos informa Sebastian Cabot (webmar):
Parte de la tripulación consigue llegar a tierra, el 2º Maquinista fallece a consecuencia de las heridas. El capitán Policarpo Barañano Castaño, natural de Sestao, el jefe de máquinas Antelo Múgica Mendieta, el Radio y el Inspector que estaba a bordo son detenidos. Sabemos que el jefe de máquinas y el capitán fueron llevados a Ferrol, ingresados en el penal de La Escollera y fusilados sin más el 29 de agosto. Del Inspector y el Radio no tenemos aún noticias. Eran civiles trabajando para ganar el sustento de sus familias.
El pecio del mercante fue desguazado una vez acabada la guerra.
Transcribo a continuación el testimonio que sobre lo sucedido nos dejó el Primer Oficial del “Arriluze”, Santiago de Arriandiaga, en una entrevista concedida en Elantxobe (Vizcaya) a Diario Euzkadi, publicada el tres de septiembre de 1936.
El día 12 de agosto salió de Valencia para Musel o Santander -donde pudiera- el vapor de la Compañía Catalana Marítima “Arriluze”, de tres mil doscientas toneladas. Llevaba treinta y cuatro hombres de tripulación y el siguiente cargamento: Dieciséis cureñas (carros de cañón), tres cajas de espoletas y cincuenta cajas de cápsulas de fusil máuser.
Antes de salir del puerto, el capitán señor Barañano, en su nombre y en el de la oficialidad, solicitó de las autoridades el enrolamiento de algunos milicianos que defendieran el cargamento. Pero la situación en aquellos momentos de la capital valenciana no permitió la distracción de combatientes ni para aquel importantes cometido. Lo que hizo el Frente Popular valenciano fue dotar al “Arriluze” de un fusil, un rifle y otra arma. ¡Pobre defensa para un vapor que había de internarse en zona peligrosa en su servicio a la República! Así partió el “Arriluze” camino de Musel con una tripulación animosa. Y así fue ganando millas y millas, con alguna dificultad por parte de las maquinas, que no producían la necesaria fuerza debido a la mala calidad del carbón.
A la altura de San Vicente, en Portugal, el “Arriluze” encontró vientos Norte, muy duros. El buque andaba poco, muy poco. Y la situación quedo comprometida a la altura de Berlingas, cala portuguesa, porque el carbón era tan malo que su combustión no producía la suficiente presión en las maquinas. El capitán señor Barañano, decidió convocar a la oficialidad y a la tripulación. -¿Qué se hacía?- Se acordó por unanimidad continuar en aquella forma hasta hacer día. Afortunadamente, no hubo necesidad de esperar, ya que la capa mala de carbón parecía haber desaparecido. El “Arriluze”, ahora con las maquinas en presión, continuaba viaje… Después de aquella capa de carbón de excelente calidad que hizo concebir tan halagüeñas esperanzas, nuevamente comenzó a fallar el combustible. A la altura de Leixaes, en Portugal, el buque detuvo su marcha. El capitán volvió a plantear a la oficialidad y tripulación el interrogante: -¿Qué se hacía?- El primer maquinista, contestando a la pregunta que se le formulaba, contestó que el “Arriluze” tenía suficiente carbón para llegar a puerto. El segundo y tercer maquinista contestaron que no. Pero la oficialidad y tripulación adoptaron el acuerdo de que contra viento y marea era preciso continuar la ruta, y que en todo caso era preferible hundir el barco con su precioso cargamento antes de entregarse. Lo hicieron sin alardes, de esa manera callada a que el mar inmenso ha obligado al marino a pensar y a hacer.
El “Arriluze” navegaba a treinta millas de Cabo Peñas. De pronto, como surgido del fondo marino, un buque de guerra: el “España”. Eran las nueve y media de la mañana. El pirata lanzó a poca distancia dos cañonazos de aviso. El “Arriluze” se vio obligado a parar la máquina y a esperar al “España” a que ganara una de las bordas de nuestro buque. Comenzaron a hablar: pero la descarga del vapor de las maquinas del “Arriluze” impedía entenderles. El “España” comenzó a dar vueltas alrededor de su presa. Por medio del telégrafo de banderas pregunto: -¿A dónde van?- Se le contestó concisamente: A Santander. -¿Qué cargamento?- volvió a interrogar, lastre de agua fue la contestación. Ni saludó siquiera. Cambio de rumbo y se perdió en el horizonte.
Imagen: todoavante.El “Arriluze” dio máquina, y la tripulación respiró satisfecha. Había salvado un obstáculo. Pero dura poco la alegría en casa del pobre, suele decirse. A la una y media de la tarde, a la altura de Cabo Peñas, muy cerca de este, el “Arriluze” avistó en el horizonte un buque de gran porte. El capitán dio una orden tajante: ¡Cerrar el timón! Se deseaba ganar a toda costa el puerto de Avilés. El señor Barañano, capitán del “Arriluze”, ordenó al mismo tiempo que fueran todos a la máquina y apurasen los fuegos. El buque del horizonte, en el entretanto, dejaba percibirse más claramente. Primero, una torreta; luego, otra. Todavía detrás de aquel buque que comenzaba a perfilarse apareció un “bou”. El “Arriluze”, valientemente, forzando las maquinas, iba llegando a puerto. Solo faltaban tres millas de Avilés, cuando el cañón de buque misterioso dejo oír el rugido de su voz. ¡Maquina adelante! Era la respuesta adecuada.
El “Arriluze”, sin medios de lucha, se echaba heroicamente a las rocas. Todo antes que entregarse al enemigo. Pero la maniobra fue observada a tiempo por el buque faccioso. Y fueron, uno tras otro, ocho cañonazos que caían cerca, cada vez más cerca. La gente de máquinas subió a cubierta. El “Arriluze” había parado maquinas muy cerca de las peñas que dan tal nombre al citado cabo. Del “Almirante Cervera”, pues tal era el buque misterioso, desplazaron un bote al “Arriluze”. Lo tripulaban veinticinco hombres al mando de un oficial. Veinte subieron a bordo con los fusiles amartillados. -¡Toda la tripulación a nuestro barco! -bramó el oficial-. ¿Quién es el capitán? Barañano se adelantó: -Yo soy- . A continuación se desarrolló un dialogo dramático: -¿Cuántos hombres tiene usted a sus órdenes? - Treinta y cuatro y un pasajero. -Entregue usted toda la documentación- exigió el oficial. -No tengo más que el rol- respondió dignamente el capitán del “Arriluze”. -¿Quién es el primer maquinista? Antero de Luxua, de Portugalete, dio un paso al frente. -¿Quién es el pasajero?- volvieron a interrogar. El inspector de los “Garcías”, de Santander, avanzó . En el entretanto, el capitán iba y volvía con el rol. A la vista de éste, el oficial preguntó: -¿Qué cargamento llevan?- Barañano repuso: -En el rol consta- . En la caseta del telegrafista, un marinero del “Cervera” se comunicaba con banderas con el buque faccioso. Bajó el marinero, hablo quedamente con el oficial y acto seguido se ordenó que toda la tripulación fuera a popa... Temieron un fusilamiento. Dos fogoneros y un palero hubieron de bajar a las maquinas, siguiendo instrucciones de los asaltantes. Se cambiaron las siguientes órdenes: Si el “Almirante Cervera” pitaba dos veces, quería decir; “Seguidme”. Si no se le podía obedecer, el “Arriluze” había de contestar con un toque de sirena. Si le seguía, el “Arriluze” había de tocar tres pitadas. Y si el “Almirante” hacía sonar por cuatro veces su sirena, ya podía la tripulación ganar los botes y alejarse rápidamente, puesto que el “Arriluze” iba a ser cañoneado.
Mientras, el buque salido de Valencia, empujado por el mar, se iba peligrosamente a las peñas. El oficial faccioso ordenó a los suyos embarcar en el bote. Ya con un pie en la escalerilla advirtió que la desobediencia de las órdenes dictadas supondría la muerte del capitán, señor Barañano, maquinista Luxua y el pasajero que se llevaba con él al buque pirata. La tripulación, angustiada por la suerte de su capitán, quedó pendiente de los toques de sirena. Pendiente, pero dispuesta al mayor de los sacrificios, puesto que apenas se había separado unos metros el bote asaltante del buque leal, cuando los fogoneros subían a bordo sin mantener el fuego en las maquinas. Al “Cervera” no se le seguiría aunque ello supusiera la muerte.
Pero la traición más negra anidaba en el buque de guerra sublevado. No había llegado el bote que se llevaba al pasajero, maquinista y capitán del “Arriluze” al “Almirante Cervera”, y ya éste dispara sobre el buque indefenso un cañonazo. La tripulación hubo de tumbarse sobre cubierta y arrojarse al agua. Santiago Arriandiaga, primer oficial del “Arriluze”, con nombramiento de capitán inglés y español, se dirigió a echar los botes, consiguiendo lanzar el pequeño de servicio. ¡Pero el bote era incapaz para todos! Arriandiaga lanzó al agua varios botes salvavidas en medio de un furioso cañoneo. -¡Todo el mundo al agua!- grito el primer oficial en medio de aquel diluvio de metralla. Y el mar fue con todos. Iba delante el bote de servicio completamente lleno. Detrás, casi sumergido, uno de los botes salvavidas…. Se oyó pedir ¡socorro! débilmente. La solidaridad de los hombres de mar es tan inmensa como el océano mismo.
A pesar de la necesidad de ganar tiempo, Santiago Arriandiaga paró su bote y dedicose a recoger náufragos. De tierra, en las rocas, los vecinos de San Martín de Podes ayudaban lo que podían. El bote salvavidas recogió a dos tripulantes sin conocimiento. El “Arriluze”, destrozado por la metralla y empujado por el mar, encallaba en las peñas. Ya el “Almirante Cervera” no tenía nada que hacer. Pero con una crueldad criminal dedicose a alcanzar con sus cañonazos a los botes que a fuerza de remos intentaban ganar la costa. Tres valientes de San Martín botaron una embarcación pequeña y salieron al paso de los náufragos con el propósito de darles remolque. El gesto tenía un indudable valor en aquellos momentos difíciles.
De pronto, cuando los marinos se encomendaban a la Virgen del Carmen, su Patrona, el “Cervera” calló y emprendió la huida. En el cielo sin nubes dos trimotores avanzaban rápidamente. Pero aún no había desaparecido el peligro, puesto que el “bou” faccioso continuaba cañoneando, sustituyendo al tristemente célebre buque pirata. La embarcación de San Martín alcanzó el bote salvavidas y le dio remolque. Ya en tierra, se hizo un recuento. Faltaban tres tripulantes: un maquinista, un fogonero y un marmitón.
Por la noche, todavía el “Almirante Cervera” regresó a cañonear al “Arriluze” encallado. No consiguió destrozar el cargamento, con el que la Republica pudo luchar en tierra contra la soberbia fascista.
Estos heroicos marinos del “Arriluze”, este primer oficial del buque leal, que se ha prestado a relatar este inédito episodio de la guerra civil, han quedado en una situación desesperada. Todo: dinero, enseres, ropa, se ha quedado allí con el “Arriluze” en la costa asturiana.
Benito Sacaluga
- Libro recomendado: El capitán del Arriluze. Luis de Guevara. Plaza Janés. (2015)
Honor y gloria a esos marinos valientes.
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