lunes, 17 de junio de 2019

LA MARINA DE GUERRA



"La Marina de Guerra" es el título de un artículo de Eduardo Zamacois y Quintana (1), publicado en el diario madrileño "La Libertad" el 31 de julio de 1936, el cual reproduzco a continuación:



Eduardo Zamacois y Quintana
Para el militar, lo mismo que para el paisano, existen dos linajes de disciplina: una íntima, consciente, razonadora, surgida al fecundo calor de nuestras convicciones mas entrañables; y otra somera y pegadiza, fruto de la inclinación nativa que las gentes vulgares tienen a obedecer. La primera es discursiva; la segunda, instintiva. La primera, aun a los más cobardes los conforta y eleva a la categoría de hombres; la segunda, imponiéndose ciegamente a los hombres, los convierte en muñecos. 

La disciplina derivada de la tiranía de un ideal es fe, entusiasmo ardiente, luego interior, que suele auparnos a las cimas del heroísmo; al revés de la otra, que es tibia, y al escudarse en el acatamiento que reclaman nuestros superiores jerárquicos nos hace irresponsables.

Desde que los proletarios de todo el Mundo comenzaron a acariciar la visión de una existencia más reposada, más alegre y más libre, sus explotadores, los taimados que supieron  reducir a leyes el arte de engordar con el hambre de los demás, empezaron, a decir que la sociedad se derrumbaba porque “se había perdido la disciplina”. Muy cierto: pero la disciplina que en buena hora ha saltado en pedazos es la suya, la que les permitía beneficiarse de la ignorancia de las muchedumbres, la que fue en sus manos ambiciosas látigo y cárcel y no educación cívica. La otra, la disciplina “interior” preconizada por Kant, la que actúa sobre nosotros “de dentro afuera” y no “de fuera adentro”; esa magnífica disciplina que es, en cada hombre, raciocinio y voluntad, no solamente no se ha roto, sino que nunca, ¡nunca! fue más dura, ni más inexorable ni más moral que lo es en estos gloriosos momentos de resurrección en que todos hemos puesto nuestra vida al servicio del bien común.

Sirva de supremo ejemplo la actitud de la marinería de guerra ante los jefes que intentaron sublevarla contra la República, pues el caso del "Almirante Cervera", por ser único, significa muy poco; harto sabemos que en toda cofradía siempre hay un traidor, y que Judas dejó muchos hijos... Pero, ¿y las otras unidades de nuestra Armada?

Dentro de los abreviados límites de un buque, la lucha d« clases, el duelo secular entre oprimidos y opresores resalta mejor que en tierra por la pequeñez del escenario. Las oficialidades  rebeldes -la del “Xauen”, la del “Almirante Valdés”, la del “Alcalá Galiano”...- anuncian a los marineros su propósito de combatir al Gobierno; los marineros se niegan a seguirles, y en el feroz cuerpo a cuerpo que entablaron, la mayoría de los facciosos pereció. Otros quedaron detenidos.

La represalia fue justa; los desobedientes, castigando a sus jefes, cumplieron un deber, y segura de esto la dotación vencedora del acorazado «Jaime I» envió al ministro de Marina el siguiente radio, del que algún día hablará la Historia, porque es como una "foto" de la mentalidad del momento actual:

“Hemos tenido seria resistencia con jefes y oficiales en servicio, venciéndoles violentamente. Resultaron muertos un capitán de corbeta, un teniente de navío; heridos graves ocho cabos, un teniente de navío, un alférez, un cabo artillero, dos marineros”

El comunicado terminaba con estas palabras, que estimamos admirables porque revelan cuan decididos estaban los comunicantes a mantenerse absolutamente dentro de la ley:

“Rogamos urgente instrucciones sobre cadáveres.”

A cuya pregunta, de una frialdad espartana, el ministro de Marina repuso: 
“Con solemnidad respetuosa echen mar cadáveres.
contestación, espartana también, que nos recordó el “muchísimo respeto” con que «El alcalde de Zalamea», burlón y justiciero, le dice al capitán que ha de ahorcarle.

Por primera vez la férrea obediencia a que estaban sometidas las dotaciones de los barcos de guerra ha quedado rota. Falló el adagio “donde manda patrón no mandan marineros”; más no arbitrariamente, no por obra de un extravío del sentimiento del deber, sino porque la disciplina “humana”, inspirada en el amor al prójimo, de los hombres del estado llano. avasalló la disciplina ciega, postiza, inhumana, la disciplina que es para el entendimiento lo que la obscuridad para los ojos, que los oligarcas ponen al servicio de sus desatados anhelos de dominación.

España, toda España, será para los insumisos un Verdún. No pasarán, y aunque derrochen valentía no lograrán triunfar porque el pueblo sabe lo que quiere  y está de pié en la tierra, en el aire y en el mar. En la tierra, con los soldados que, por su mano, castigan a los caudillos traidores, según hicieron los del campamento de Carabanchel con el general García de la Herrán; en el aire, con los aviadores civiles; en el mar con los bravos, que cuando sus jefes, por felones, no merecen ser obedecidos, “respetuosamente”  los arrojan al agua.





(1) Eduardo Zamacois y Quintana. (Cuba 1873 – Buenos Aires 1971). Escritor, novelista. Republicano. Durante la Primera Guerra Mundial, fue corresponsal en París del periódico La Tribuna. Al estallar la Guerra Civil Española, Zamacois se alistó y, pese a su avanzada edad, marchó al frente, escribiendo una serie de crónicas declaradamente comprometidas con el Frente Popular. Se convierte en cronista en el frente de Madrid hasta 1937, trasladándose luego a Valencia y Barcelona. En esta última ciudad edita, en 1938, su novela “El asedio de Madrid”. Poco antes de la caída de Barcelona ante los sublevados, se exilió en Francia, desde donde pasó por Cuba, México y Estados Unidos antes de recalar en Argentina, donde fallece.






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